Hay películas "divisoras", por así decirlo; capaces de obtener sus únicos méritos a base de pisar el terreno más desagradecido, aceptando las malas críticas como única explicación a su propia existencia, lo que curiosamente se hace más perentorio y significativo en un tiempo, éste, encantado con su propia (y aburrida) naturaleza de ripios idénticos y descastados. No es que venga yo a defender una película tan jodida de defender como THE QUICK AND THE DEAD, pero sí me complace reencontrarme, nada menos que treinta años después, con este western dirigido por un tipo que no sabe hacer westerns al uso, pero que estoy seguro de que le encanta el género. Concebida del mismo modo que un manga, rescatando el espíritu desvergonzado de un KARATE KID, o hurgando en las libertades irreprochables de un pulp en el que Raimi siempre ha sabido moverse, el único problema que le veo a esta película es, paradójicamente, cuando se pone seria y se aleja de sus fogonazos punkarras. La idea misma de poner a Sharon Stone como protagonista, una enigmática pistolera que llega a un pueblo dominado por el cacique local (Gene Hackman, que es lo mejor del film con diferencia), para apuntarse a un sangriento concurso de duelos a muerte, es una idea a priori cojonuda. Cuanto más despiporre mejor, lo que incluye los típicos "superzooms" de Raimi, agujeros de bala por los que podemos ver el paisaje, una colección de dientes podridos, personajes caricaturescos y recursos más propios del cómic. Luego llegan los flashbacks innecesarios, la necesidad de explotar a un por entonces Leonardo DiCaprio aún por explotar, del mismo modo que un Russell Crowe a medio cocer. Todo ese desequilibrio, ya digo, le da mucho de su encanto, pero también justifica a quienes abominan de este juguetito perverso e indomable. No será una gran película, pero sí un modelo que no debería haberse perdido.
Saludos.
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