jueves, 3 de abril de 2025

El premio al esfuerzo


 

Habrá quien afirme que cuarenta años no le han sentado nada bien a HOOSIERS, aquella película en la que Gene Hackman era un señor que salía de la nada, arrastrando un pasado problemático pero que infundía respeto, y que estaba dispuesto a llevar a un insignificante equipito de un pueblo de Indiana a jugar las finales estatales. Es verdad que tildar cualquier cosa de western ya empieza a sonar cansino, pero esa premisa es la de un western cualquiera, que sería la única forma de justificar a Hackman como entrenador de baloncesto. HOOSIERS era tan típica que sólo se la puede apreciar entregándose a su emoción, que es la de David contra Goliath, sin detenerse casi nada en matices argumentales o construcción de personajes, para que nada desvíe nuestra atención de lo único que importa aquí. El chico de carácter solitario pero con un gran talento, el gigantón profundamente religioso, el pequeño que apenas sabe botar el balón, el hijo de un alcohólico que llegará a ser rescatado como segundo entrenador. Todos sirven a un personaje que podría ser un sheriff, un detective o un alcalde, ese pivote yuxtapuesto a la necesidad, casi obligación, de que todos se superen de una manera que no podrían haber sospechado. HOOSIERS representaba toda esa parafernalia tan americana, reconocible precisamente por las películas con una bandera en vertical, contraplanos de un público extasiado, diez segundos que no terminan nunca, un tiro que da en el aro, una vez, y otra...
Una delicia haberla recuperado.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!