Me solía gustar Derek Jarman. Su estilo suicida, confirmando la dificultad del discurso punk con evocaciones cultistas. El resultado, fascinante pero al borde de lo pedante; los enemigos aplaudiendo, los amigos cada vez más lejanos. Jarman fue un incomprendido autoconsciente, ingenuo y, por tanto, audaz. Un criminal en la corte de los bufones con piel de sapo; un chico emergido de los Ruislip, que amaba y odiaba con la misma cortesía que ahora nos obliga a invocarlo por exégesis plenipotenciaria. Por ejemplo, THE LAST OF ENGLAND, que ha quedado como un ruidoso palimsesto anarcobrero, que se cerraba con una jovencísima Tilda Swinton casándose con el príncipe Rustless y exudando su feminidad ideal en las fogatas que, llamativamente, Jarman reservaba para mendigos desnudos y bulímicos de col cruda. El amigo americano jodiendo a los dragones ebrios de IRA, y la Union Jack como telar improvisado de un último festín, molesto por las luces del nuevo día. Bengalas, chatarra, nada y tambores de guerra, o ciudades ardiendo por la gracia del fotograma anecdótico. La conclusión: Jarman es mejor cuanto más vacío se muestra.
Saludos.
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