El lumínico de una diapositiva se tiñe con una gota de sangre, que se extiende borrando la imagen original. Un niño con un impermeable rojo cae a un estanque y se ahoga. Él, ella, ambos, que se muestran despreocupados, luego desgarrados, más tarde intentando recomponer los pedazos, finalmente buscándose sin encontrarse en una Venecia mohosa, de lutos otras seriedades menos justificadas. La tarea de Nicolas Roeg en DON'T LOOK NOW, lo que la ha elevado a un culto que ofrece nulas respuestas, es deconstruir el relato de Daphne Du Maurier, o sumergir todas las explicaciones en una visión subjetiva que audazmente transmuta de un personaje a otro, dejando al espectador con la responsabilidad de ejercer como demiurgo improvisado, y que se ve expuesto a las incertidumbres que pueblan este film de género indetectable. Es por ello que se mantiene, más de cincuenta años después, en el lugar que pertenece a las obras singulares, fuera de cualquier dogmatismo acomodaticio. Y es curioso, pues la crítica entusiasta no duda en señalar la masiva influencia de un film que no se parece a ninguno, pero extiende lazos por géneros tan dispares como el cine de terror, el drama psicológico o los experimentos cromáticos de Powell y Pressburger, que me parece el marco más definitorio para este descenso a los recovecos más torturados de la mente. Y desde luego, una de esas películas citadas miles de veces, probablemente por descolocar sin esfuerzo a los críticos de mesa camilla y lente sin revisión óptica.
Clásico absolutamente circundado de modernidad.
Saludos.
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