Uno no debería dejar que lo recorran los sentimientos, menos viendo cosas como MEGALOPOLIS, o el canto del cisne de uno de los pilares del cambio de paradigma en el cine norteamericano. En esencia es eso, una oda a la megalomanía como unica reacción a la estupidez, una reflexión tan insólita como riesgosa, a la que el público amamantado por las plataformas no está acostumbrado a procesar. Véanlo como una experiencia, un corte de mangas o una lección de viejo chocho, que también es un excepcional cineasta al que siempre le vino bien alguien que se la echara al suelo. Ponerse a polemizar con una imagen gigante de Ayn Rand a tus espaldas no parece la opción más tranquilizadora, pero a Coppola esto le importa un bledo, el resultado final es un drama íntimo ridículo mixturado con un desmesurado anuncio de Gaultier y una retransimisión de las doce campanadas (esto es literal). De repente aparece un flash, un eco remoto de unos tiempos y unos modos que ya son ininvocables, pero que sirven como epitafio finisecular de esa manecilla que detona a la humanidad entera. Erróneamente ambiciosa, con un extraño encanto que no esquiva imperfecciones en su apariencia de campeonato de curling gélidamente acendrado, lo más inquietante es que ni siquiera, y ni mucho menos, es lo peor que ha rodado este gigante cuyo telón sigue haciendo mucho ruido después de haber sido echado.
Saludos.
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