martes, 14 de enero de 2020

Ebrios de totalidad



Como ir a buscar a tu padre, borracho en la taberna, tirando sin éxito de él hacia un mundo que ya no reconoce. Igual, pero yendo hasta Neptuno, el más alejado de los planetas de sistema solar, pero igual. Y es igual porque los únicos defectos que contiene AD ASTRA son hacer bajar a la Tierra nociones tan elevadas y proféticas como las aquí descritas, cuando lo que mola es una persecución a lo John Ford por la superficie de la Luna, o a un mono destrozando a un astronauta. Lo nunca visto, por defecto, y funciona, pero no por el exceso, justo en el instante que sabes que te están tomando el pelo. No sé, porque me gusta mucho el cine de James Gray, y además no soy capaz de inventarme un exabrupto (excepto el del principio) para decir que no me gusta, porque reconozco que ésta es mejor película que GRAVITY y deja en pañales al batiburrillo de Nolan. Es, creo, una especie de exorcismo intergeneracional, en el que expiar los pecados se hace desde la perspectiva más agnóstica posible, dejando los lagrimeos para después de la reflexión filosófica. Gray no emparenta a sus personajes con un dios o seres superiores, sino con ellos mismos, mesmerizando desde el razonamiento límpido y consecuente de un tipo (Brad Pitt) comprometido con una causa imposible, llegar hasta esa estación a la deriva de los confines de la galaxia y traer de vuelta a un Tommy Lee Jones buscando la mímesis telúrica con el Kurtz de Brando. Así, tras tres o cuatro momentos de una maravillosa técnica visual (atención a la fotografía de Hoyte van Hoytema), lo infructuoso de la misión le resta mucho del interés adquirido, y es más efectivo el corte de semiespionaje que se vislumbra, mientras el universo va desplegándose en toda su inabarcable inmensidad.
Puede ser mejor tras un segundo vistazo, pero tampoco estoy seguro de querer volver a verla. Ya veremos...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!