viernes, 17 de enero de 2020

Conducir ebrio



Cuando un director (guionista por añadidura) no sabe hacia dónde derivar una historia que ha logrado arrancar con más que solvencia, la sensación que queda es la de una tomadura de pelo con reservas. Es lo que ocurre con SMALL TOWN CRIME, segundo film de los hermanos Eshom e Ian Nelms, con el que han intentado dejar atrás la intrascendencia de WAFFLE STREET, su debut en clave tragicómica. Algo de eso hay en el desgarbado ex policía interpretado con nervio e inteligencia por el gran John Hawkes, lástima que Hawkes sea casi lo único decente en esta anécdota dentro de otra anécdota. Lo es su incurable e irreverente alcoholismo, aderezado con una patológica incapacidad para mentir, directamente proporcional a llevar las riendas de una vida errática, mientras intenta volver a ingresar en el cuerpo del que fue expulsado a raíz de un oscuro episodio. Por ahí la película funciona, con esa triste figura arrastrándose entre latas de cerveza, resacas interminables y el rechazo de casi todo el mundo; el problema sobreviene cuando los guionistas atisban el borde del abismo y deciden tirar por lo convencional, que es integrar un asesinato y la consecuente investigación al margen de la ley del protagonista. A duras penas se llega a un final tan típico como tópico, sin nada del ingenio anteriormente intuido, y fiándolo todo al dogma del manual que contenta a cualquier productor. Eso sí, si tienes los huevazos de crear un protagonista alcohólico en Utah, no tiene sentido obviarlo tan pazguatamente...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!