viernes, 3 de enero de 2025

Arrancando los motores del sci-fi moderno


 

No había pasado nada parecido, al menos desde que Orson Welles desafiara los límites de la ficción con su genial locución radiofónica, que aterrorizó a todo un país con la posibilidad de estar bajo una invasión alienígena. Byron Haskin elevó la serie B a sus cotas más altas con THE WAR OF THE WORLDS, y proponía el reto de mostrar una amenaza extraterrestre más audaz, en esplendoroso technicolor, también con un uso del sonido sin precedentes, y demostrando que menos es más. Parece increíble que esta cinta cuente ya con más de setenta años, con sus naves voladoras, marcianos acechantes y un ejército que se ve impotente para contrarrestar lo que simplemente desconoce. Despojada de toda su imaginería visual, no hay mucho más que interpretaciones estándar y un tufillo religioso que, en fin, es lo que había, pero que no empañan la labor de un director no tan reconocido como debiera, que empezó su andadura nada menos que en los años 20, y que legó uno de esos clásicos intemporales que son de obligada revisión de tanto en tanto. Una vez vista, se comprende mejor la devoción de Spielberg por, según él mismo, uno de los momentos cinematográficos que fueron decisivos para conformar su propia visión del cine. Palabras mayores.
Saludos.

jueves, 2 de enero de 2025

La aventura al borde


 

Puede que sea WAR OF THE WORLDS la película de Steven Spielberg que más divisiones crea, entendiendo por ello a entusiastas defensores de la adaptación que realmente merecía el clásico de H.G. Wells, enfrentando a quienes ven apenas un espectáculo pirotécnico (sólido e indubitable) que encubre un guion casi de telenovela barata. A mí no me dijo mucho en su estreno, lo reconozco, y veinte años después le he encontrado el sabor distintivo de su autor, que quizá no hiciese la mejor película del mundo, pero sí una película que difícilmente podría hacer otro director. Al igual que ocurre con otros título suyos, Spielberg nos calza en sus personajes principales (con Tom Cruise como pivote absoluto) con facilidad pasmosa; en apenas veinte minutos, tenemos una problemática familiar, la desgana con la que los dos hijos van a pasar el fin de semana con su padre, un inútil para este tipo de cuestiones aparentemente mundanas, pero que es capaz de desplazar el eje de la Tierra para proteger a su familia de una invasión alienígena. Éste, y no otro, es el distintivo, imbricar el epíteto de un héroe que no renuncia a su mortalidad, y que ha de demostrar su valía justo donde otros no llegarían. Es cierto, Koepp y Friedman no hacen más que este esbozo en tenderete, pero a Spielberg le basta y sobra para engrasar su maquinaria pesada, porque las imágenes de esas maquinarias gigantescas, alzadas sobre tres patas y aniquilando todo a su paso es un icono de la ciencia ficción, quizá no tan impactante como el clásico de Byron Haskin, pero sí un redimensionado que gana enteros si no le exigimos más de lo que nos puede dar... Bueno, y si eliminamos toda la parte con Tim Robbins, claro...
Saludos.

miércoles, 1 de enero de 2025

El primer día del resto de tu vida


 

Primer día del curso 2025 en El Indéfilo. No se me ocurre nada mejor para inaugurarlo que hablar un poco (tarea nada fácil) de la que es, sin medias tintas ni debates posibles, la mejor serie de televisión de la puñetera historia. Díganme ustedes un nombre, el que sea: Coppola, Scorsese, Kubrick, Welles... incluso Ford, me da igual. THE WIRE es un coloso de proporciones aún por descubrir, un estudio humanista como se han visto pocos, una pincelada de cinco temporadas en las que se desmontan todos los mitos del audiovisual americano, despojándolo de sus mentiras condescendientes y llevándonos directamente al agujero, sin cuñadismos y sin paños calientes. Esto va de polis y ladrones, o mejor traficantes, en Baltimore, que hace que desees comprar un pisito en las Vegas... y no las de Nevada. Tan simple como eso, pero no has visto nada igual en tu vida de espectador adormecido. No has visto a los traficantes exentos de glamour, rompiéndose el coco, atrapados en su misma red para no caer en la de los polis. Los polis son caso aparte, lidiando con incompetentes, corruptos y recién llegados con buenas palabras; pateándose las calles donde la vida no vale nada, a veces ni una dosis. THE WIRE mete la cámara donde nadie lo hace, en los recortes de presupuesto, en las zancadillas administrativas según los intereses políticos, en la camaradería de una borrachera como único punto de escape a otro día de mierda en el culo del mundo. La verdad pisoteada, los valores en la basura, los niños como balas en una recámara esperando a ser disparados. No hay altibajos, no hay tregua, no hay un solo respiro en esta andanada de esa otra América de la que no oirás hablar a Trump, ni a Musk, pero tampoco a la Disney o la Marvel, y esa América existe de una forma más real y dolorosa. Son las escuchas, las horas muertas, las pistas falsas, los culpables en libertad, restregándoles a sus captores que ganan su sueldo en un par de minutos. Es Omar, un Robin Hood mortífero y homosexual, una leyenda, un fantasma; es Stringer Bell, un capo con alma de empresario, frío, implacable, sin emociones aparentes. Pero también es el jefe de policía Daniels, aferrado a un código de valores que podría parecer ingenuo, pero que es lo único que no le permite renunciar; es Lester Freamon, que fabrica muebles en miniatura y sabe que las escuchas son lo único que les llevará a cazar a los malos. Pero sobre todo es Jimmy McNulty, posiblemente el mejor personaje escrito jamás para una serie. McNulty es un bocazas, un borracho, un mujeriego que apenas ve a sus hijos, que desprecia la autoridad, que usa su placa para salir de los problemas que él mismo se crea, o que es capaz de fabricar pruebas falsas para lograr el dinero para seguir investigando que las administraciones deniega sistemáticamente a su departamento. McNulty es la esencia de The Wire, y por eso cuando desaparece siempre parece que falta algo. Falta un borracho hijo de puta, seguramente el mejor policía de todo Baltimore.
Sólo puedo decir gracias, Mr. Simon.
Obra maestra absoluta e intemporal.
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!