Lo que más celebro de esta última versión de LE COMTE DE MONTE-CRISTO es cómo construye su modernidad, de película actual, invocando las claves de las grandes producciones clásicas. El resultado no abruma, y sí fascina por la claridad de ideas, que no buscan la acumulación sino una intensidad que no hace más que crecer desde su extraordinaria primera mitad. Uno sabe que está ante una buena película cuando no importa lo más mínimo conocer la historia, su desarrollo y desenlace, y disfruta interesado en cómo escapará Edmundo Dantès, para llevar a cabo su milimétrica venganza contra quienes lo acusaron injustamente y arrojaron a un agujero olvidado, justo cuando acababa de convertirse en capitán de navío e iba a casarse con la mujer que amaba. La novela de Dumas es eso, un puño que aprieta el corazón mientras radiografía una sociedad en la que el engaño prevalece ante el honor. Puede que se trate de un objeto extraño, una de esas raras ocasiones en las que la profundidad de medios no es un despilfarro inconsciente, pero también podría marcar una cierta dirección para el cine comercial que no suspira por remedar los repetitivos cánones de Hollywood. El primer gesto está servido.
Saludos.
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