Fieles a nuestros indetectables (e insobornables) tics, y justo antes de rematar el año, vamos con el repaso a los "cuatro Miguelitos". Y si no saben de qué les hablo, pues nada. Jamás pensé que volvería a ver, 30 años después, WOLF, o la ocurrencia de vislumbrar a Jack Nicholson como un improbable hombre lobo. Aquél fue un visionado un tanto extraño, en una sala de cine medio vacía, y con la sensación de no saber qué diablos has visto dos horas después. No me extraña que no me enterase de nada entonces, pero la primera mitad de esta anomalía es una buena película, que ahonda en la liberación experimentada por un cincuentón tras perder su trabajo como editor y descubrir que su mujer le pone los cuernos con el joven trepa, que le ha desplazado en todos los sentidos. Metafóricamente, WOLF ni siquiera necesitaba pergeñar un pedestre acercamiento al cine de género, bastaba la escena en la que Nicholson se mea literalmente en los zapatos de James Spader, o aún mejor, el olisqueo al que somete a una Michelle Pfeiffer, de la que luego supimos que no le hacían falta las lentillas. Como comedia generacional involuntaria tiene su punto, pero hay algo muy incómodo viendo al protagonista haciendo como que corre, o lo indisimulado de los dobles, que cantan por soleares incluso con un kilo de maquillaje y la cara llena de pelos. Por no hablar de lo marciano de hacernos creer que hay excusas para un bosque lleno de animales al lado de la Gran Manzana.
Por cierto, alguien pensó también que el compositor ideal podría ser Ennio Morricone... No sé, muy raro todo...
Saludos.
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