Otra de las películas que han dado que hablar en Sitges ha sido el esperado retorno de David Moreau, ya sin Xavier Palud, que planteaba una filigrana de estilo en una supuesta sola toma (sabemos que no), sobre la que planea decididamente la alargadísima sombra de REC, aunque Moreau desecha el espacio único y lanza su cámara en un trasiego mareante a lo largo de una noche eterna. MADS tiene un potentísimo arranque, siempre mientras menos sabemos, como su protagonista, que va a celebrar su cumpleaños tras surtirse abundantemente de drogas, pero la irrupción de una joven, desquiciada e incapaz de hablar, lo sumerge en una pesadilla de la que no sabemos si sucede en realidad o son unos efectos secundarios imprevisibles. Impecable en lo técnico, incluso magnífica en la verosimilitud de sus resoluciones formales, la película se va contagiando de la vaguedad de su guion, hasta terminar en un lugar muy diferente, y que me da la impresión de un callejón sin salida. Sin una sola explicación contundente, Moreau consigue al menos una experiencia de intensa catarsis, con interpretaciones de imponente fisicidad, pero que no deja una huella plausible.
Saludos.
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