viernes, 1 de junio de 2012
Ozu en Viernes #8
DEKIGOKORO, de 1933, tampoco aporta grandes novedades respecto al montante de la filmografía de Yasujiro Ozu en su etapa muda; si acaso, el hecho de que las vicisitudes las sufra un viudo borrachín y de pocas luces que queda al cargo de su único hijo. Es ésta una película esquiva, que casi da la impresión de haber sido montada por diferentes personalidades y en la que el punto de vista está escindido hasta que, ya avanzado el metraje, Ozu parece decantarse por quedarse con el susodicho, en detrimento del resto de personajes. Y eso que la historia, al principio, parece ir por el lado de una imposible rivalidad entre dicho viudo y su mejor amigo, compañero en la fábrica donde trabajan, y varios años más joven. Ambos frecuentan una taberna regentada por una señora que hace las veces de mesonera y celestina, puesto que su intención (no me pregunten por qué) es casar a la joven que tiene contratada. El viudo, claro, se siente solo y le tira los tejos, pero finalmente ha de entender que los planes eran otros y que hay que dejar paso a la juventud... Y lo escribo así por ahorrar tiempo y espacio. A todo esto, el niño (bastante insoportable, como todos los niños de las películas de Ozu) coge la paga del viejo y se lo gasta todo en chucherías, se indigesta y han de llamar al médico (otro clásico), lo que aprovecha Ozu para volver a mostrarnos por enésima vez unas bolsitas muy aparentes que colgaban de un palo y quedaban justo en la frente del enfermo... cosas de japos. Total, que parece ser que en aquellos años no había Seguridad Social, así que el médico le sale por un ojo de la cara al padre y, en un arreón final de buenos sentimientos, todo el mundo arrima el hombro, aunque el que termina poniendo la pastora es... ¿¡el barbero?!, y para poder devolverle el dinero alguien debe embarcarse dirección Hokkaido... Además hay un chiste: "Papaá ¿por qué el agua del mar es salada?... ¡Por el sal-món!"... Lo dicho, cosas del sol naciente, que les debe dar en la nuca todo el tiempo...
Saludos caprichosos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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