miércoles, 13 de junio de 2012

Cosas que no conocimos



Lewis John Carlino, breve cineasta, prometedor cineasta, desubicado cineasta, filmó en 1976 una sugestiva adaptación de la novela de Yukio Mishima, THE SAILOR WHO FELL FROM GRACE WITH THE SEA; compleja novela, por cierto. No era fácil empresa, por lo que Carlino, autor del guion, optó por "britanizar" el asunto, llevárselo a las costas de Devon y tramitar de manera un tanto hosca el cogollo del texto original, que versaba acerca de un marinero que encontraba (era Mishima, no olviden) una dulce perdición lejos del mar. Aquí, todo comienza plácidamente: Sarah Miles encarna a una recatada madre viuda treintañera, que se solaza cada noche frente a la foto del fallecido, sin sospechar que un fortuito agujero en la habitación de su esquivo hijo adolescente habrá de darle deleite visual al muchacho (aparte de descubrirnos los ocultos encantos de la Miles). Dicho chaval forma parte asimismo de un círculo secreto, compuesto por cinco compañeros de clase, que lidera un niñatillo bastante insoportable y siniestro, a partes iguales; entre crueles ritos de iniciación (evisceración gatuna inclusive) y ensalmos psudointelectualoides al amparo de revistas pornográficas, de repente arriba un barco al apacible puerto y un solícito marino le enseña la cubierta a madre e hijo y todo lo demás a la primera... Sinceramente, no es que la película no haya envejecido bien, que también; no es que chirríen las caras orgasmáticas de la Miles junto al monolítico careto de Kris Kristofferson, ni esos cuerpos enjutos y sudorosos, que también; lo chungo de esta prometedora película es lo mal que está montada, lo que da como resultado unos extraños anticlímax por doquier que van minando la paciencia del espectador menos avisado. Curiosamente, el final es lo mejor; una elegante elipsis que deja bastante mal cuerpo sin mostrar absolutamente nada, pero vista ahora apenas extraña que se haya quedado en una segunda división bastante oscura, sólo objeto de cinéfilos completistas y tipos que se excitan con aquellos Penthouse setenteros, de cuyas formas beben Carlino y su director de fotografía, Douglas Slocombe, que se despacha a gusto en la mencionada alcoba. Por cierto, si creen que el cartel promocional es terrible, no sé qué les parece la inefable traducción que se hizo de su título original... LOS DÍAS IMPUROS DEL EXTRANJERO... Eso no lo supera ni Joaquín Reyes...
Saludos de agua dulce.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!