Entonces pasas junto al escaparate. Sonríes con esa sensación por la espina dorsal. Palabras que normalmente no utilizas recorren tu mente, sabores que te llevan a restaurantes exóticos. La ropa nueva, las máquinas registradoras, la canción de moda sonando a lo largo de techos inacabables del centro comercial. Como trompetas celestiales. Plantas de plástico, cubiertos reciclados, señoritas golosinas del evento, frescor en tubo de poliestireno. Se está haciendo un cine (¡cine!) muy peligroso, que elimina por completo las barreras entre la ficción y nosotros, los vivos, que en un alarde de recochineo autosatisfecho pretendemos sólo algo tan sano como olvidarnos de la tenaza costumbrista, ilusionándonos en ese parque temático ocasional. A lo tonto, resulta que Michael Bay, en un par de décadas, va a ocupar el lugar que le ha dejado, por ejemplo, Ridley Scott, y sin tener mucho que ver ambos cines entre sí. Ver un producto de bollería industrial como HAVOC, con envoltorio muy caro e ingredientes insalubres, nos habla de una comercialidad por venir nefasta, exenta de aromas propios, renunciando a eso tan extraño que es la coherencia, el ritmo más allá de "osos viciosos" (éste con bastante más gracia). Una vez más, Netflix haciendo honor a su leyenda negra, para que digan.
He visto pocos actores últimamente tan perdidos como Tom Hardy.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario