viernes, 5 de febrero de 2016

German. Rodar pese a todo #4



Usted sabe que está ante la obra de un genio por dos razones. La primera es la más frecuente, y viene a constituir una sensación de plenitud difícilmente explicable, por lo que la "genialidad" es el género que alimenta el siguiente estrato, que es, no obstante, el definitivo y el definitorio. Treinta años después de su realización, MOY DRUG, IVAN LAPSHIN (MI AMIGO...) es una película que contiene gran parte, no ya del tipo de cine que German luchó por hacer en condiciones adversas, y que sólo logró, quizá, en su obra póstuma, sino de gran parte del cine que, huyendo de contemplaciones anémicas, es el más vigoroso y estimulante de lo que llevamos de siglo. La adptación de la novela. escrita por su padre, Yuri, en 1937, corrige y aumenta el valor de la misma, añadiéndole una complejidad formal que en su momento descolocó a la censura soviética, ya que no tenían muy claro de qué iba esa enrevesada epopeya familiar en la que, aparte de hablar mucho sobre banalidades, a los personajes tampoco les pasaban demasiadas cosas. He ahí el incalculable valor de MI AMIGO, IVAN LAPSHIN, que parece que habla de los recuerdos de un señor mayor, invocando a los fantasmas de juventud, encabezados por su gran amigo, para acabar conformando una terrorífica crítica al ascenso al poder de Stalin, y de cómo percibió la sociedad soviética el paso de un comunismo bolchevique a una dictadura totalitaria y salvaje. En largos planos-secuencia, German realiza un trabajo de precisión milimétrica, apoyado en la hiperrealista fotografía de Valery Fedosov y la maravillosa música del georgiano Arkadi Gagulachvili. Una película incómoda, extrañamente coral, que a ratos recuerda a Fellini o a Altman, que deconstruye para reconstruir y que, en realidad, nos ponía sobre aviso: German era un genio, pero nadie lo sabía...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!