martes, 19 de enero de 2016

Chantal Akerman, enemiga íntima #2



Los hemos visto, o leído, e incluso alguna vez nos hemos alojado en uno de ellos. Chantal Akerman, en su primer largo documental (y qué rara se hace esta palabra en el cine de la directora belga) lo filmó, o más bien construyó una historia imposible a partir de la fantasmagórica incursión en un hotel de mala muerte en Manhattan, adonde había fijado su residencia. Hace poco invocábamos aquí el espíritu, enigmático y hermético, de Edward Hopper en un film que intentaba por todos los medios atrapar "la historia" tras la composición pictórica; si hay una película que haya logrado definitivamente tal propósito (y quizá sin proponérselo explícitamente), puede que sea HÔTEL MONTEREY. Este excepcional documento, carente de sonido y compuesto únicamente de largos planos de las habitaciones y pasillos de dicho hotelucho, nos lleva a Hopper, pero también invoca a Carver, Dos Passos, Bukowski... Hay un elogio de la marginación, la soledad, la pobreza. Los cuartos débilmente iluminados dejan paso a pasillos toscamente pintados; las habitaciones vacías, que parecen paralizadas, se encuadran repentinamente con otras que están habitadas por seres quietos, de mirada perdida, a los que les puede quedar una hora en el hotel, toda una vida en el hotel. Akerman filma a sabiendas de que fija una imagen vaga y perecedera, pero sus deslumbrantes composiciones van más allá, y el Hotel Monterey es, a ojos de un extrañado recién llegado, como una fotografía que siempre fue vieja.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!