jueves, 29 de enero de 2009

El muerto al hoyo...

La filmografía cubana, esa gran desconocida en circuitos internacionales, ha vivido diversos momentos de esplendor. Cierto es que sus inicios, coincidentes con los de la revolución, bebía y mucho de los postulados post-68; panfletarios, por supuesto, e ingenuos, entusiastas, como toda revolución.
Mantener un régimen comunista no es fácil, mantener una escuela autóctona de cine es casi utópico. Y uno de los grandes maestros que salieron de esta escuela fue Tomás Gutiérrez Alea. Con una extensa filmografía aún por descubrir, Alea tardó en asomar fuera de la isla, y lo hizo con una película valiente, FRESA Y CHOCOLATE, abundando en el tema de la homosexualidad. Pero me referiré aquí al título que firmó junto a Juan Carlos Tabío y que fue el último, antes de fallecer. En GUANTANAMERA (el título lo dice todo), asistimos a una celebración de la vida en torno a la muerte, algo que en el Caribe es corriente, chocando con los habituales tabúes europeos. Diríase de un último estertor berlanguiano, con multitud de personajes y situaciones; encuentros y desencuentros a lo largo de una road movie imposible, desquiciada. GUANTANAMERA es un film sin complejos, festivo y fúnebre a partes iguales; un trabajo que "se ve de un tirón", ágil y desenfadado, donde también resuenan los ecos de McKendrick y la Ealing. Es decir, un cajón desastre muy bien organizado que sirvió a G. Alea para desmitificar algunos aspectos de la revolución y, de paso, abrir las puertas a algunos grandes profesionales que a día de hoy siguen desarrollando sus carreras en el extranjero con mayor o menor fortuna, como son los casos de Jorge Perugorría o Mirta Ibarra.
Saludos de donde crece la palma.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!