viernes, 6 de septiembre de 2019

Ley de gravedad



X-MEN: DARK PHOENIX tiene un problema prácticamente insalvable: para cuando llegan las tortas, no se entiende prácticamente nada de la confusa excusa argumental. Para colmo, el humor mejor para otro momento, porque la epopeya de Jean Grey es demasiado grave, sobria y dolorosa como para introducir algo que alivie ese aire perpetuo de funeral. Es el problema que siempre han tenido los guiones de Chris Claremont, que funcionan como un reloj de precisión, pero a menudo adolecen de una seriedad que parece impuesta a la fuerza. En este caso, lo que debería haber significado un glorioso broche final para las aventuras de los mutantes, no es más que una rutinaria historia de fantasía superheroica, con la transformación de Grey en un ser de poderes casi ilimitados, pero cuya omnipotencia la aleja de la moral humana y la convierte en una amenaza para la humanidad. Esto en el cómic estaba mejor y más ampliamente contado, pero aquí parece facturado a toda prisa, con una mezcla de mosqueo y desgana que la deja como una de las más prescindibles de la franquicia y una de esas películas que uno no acierta a desentrañar con qué objetivo han sido hechas, más allá de lo puramente crematístico, evidentemente.
Insípida, es la palabra.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!