miércoles, 4 de septiembre de 2019

El ave frágil



LES BONNES FEMMES, de 1960, es una película deliberadamente irregular, de la que nunca se sabe su intención verdadera, hasta un desenlace que no por intuido es menos esclarecedor. Quizá empieza Chabrol con dos chicas de fiesta, llegando a las tantas, incluso yendo sin dormir a la patética tienda donde trabajan. Quizá le interese después deslizar las insinuaciones del dueño, los conatos de romance con repartidores, soldaditos, los dos hombres casados que imaginan tiempos mejores entre chascarrillos gilipollescos y torpes besos llenos de babas. Se entra a las nueve, se sale a las siete, se trasnocha con las amigas, se va a los sitios de variedades, al zoológico, a la piscina; se va a cenar, a tomar champagne, a hablar de esto y lo otro. Y también se espera al caballero andante, que a lo mejor es ese misterioso motorista que parece acecharlas cada noche, quizá con buenas intenciones, quizá para ahuyentar a los molestos moscones que sólo quieren aprovecharse de esa frágil juventud. Sólo un dato: el final, como despertar de una ensoñación, es de una irrefutabilidad apabullante. Sin palabras, Chabrol encadena dos secuencias aparentemente inconexas para, una vez más, confiar en que quizá seamos espectadores inteligentes. Quizá...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!