martes, 12 de octubre de 2010

Películas para después del Prozac #2



Y si ayer traíamos aquí al maestro Bergman, hoy debíamos hacer lo mismo con su más aventajado discípulo y, cómo no, su film más bergmaniano. INTERIORS es el claustrofóbico retrato de la incapacidad del ser humano para mostrar sus sentimientos sin que medien el egoísmo, la crueldad o salgan a la luz todas las rencillas familiares que tan cuidadosamente nos esforzamos en mantener ocultas durante nuestra vida. Woody Allen lo sabe desde que decidió contar historias para ganarse la vida, así que dejó de lado sus gags, sus postales neoyorquinas, sus neurosis hipocondríacas y quiso emular al maestro hurgando en una herida abierta. La experiencia no es tan demoledora como la que comentamos ayer, pero sí que tiene no pocos puntos de interés que la elevan como una de las mejores cintas de su autor. Diseccionados como cobayas humanas, los personajes se observan, chocan, atacan, se desploman, gimen; los interiores aludidos no son sólo los de dichos personajes, sino que aluden a esos espacios cerrados de donde no se puede escapar (el hogar); existen infinidad de interiores en las relaciones humanas. Hay un encuentro entre tres hermanas (estupendas las tres); Diane Keaton, que es escritora y su pareja es escritor, y que representa el arte como sublimación pero también como imposibilidad de empatizar con las emociones más mundanas; Kristin Griffith, que es una actriz de poco talento pero gran popularidad, en la que quedan plasmadas las vanidades de la farándula; y por último, Mary Beth Hurt, eterna mediadora, que envidia secretamente el intelecto de una hermana y el éxito de la otra y que es incapaz de decidir su propio futuro. La madre (impresionante Geraldine Page, que estuvo nominada al oscar) busca un consuelo imposible en el vórtice de sentimientos encontrados que exhalan tres personalidades tan distintas cuando ha de enfrentarse al abandono de su acaudalado marido, pero descubrimos en su velada demencia el nulo cariño que dio a sus hijas, perfectamente mostrado en unos diálogos terribles. Por último, el padre, quizá el único personaje capaz de ver la luz entre las sombras, llega para presentar a la que será su futura esposa, una chispeante y colorista Maureen Stapleton, que protagonizará ya al final uno de los mejores momentos de una cinta que, pasados sus más de treinta años, adolece de cierta severidad en las formas, que la esquematizan y encorsetan de una manera que quizá no hacía falta; todo lo anterior conforma un amargo retrato familiar con un final para la esperanza, plasmado en el bellísimo fotograma que ilustra esta reseña y donde, al fin, las personas son capaces de atisbar su humanidad.
Saludos por dentro.

1 comentario:

Pierrot dijo...

No sé como se las apaña éste para copiar tan vilmente a Bergman (entre otros, claro) sin dejar de crearse su propio universo y suscitar un interés genuino. Y a mí me sigue gustando ir a ver sus pelis, aunque haya que aguantar el inglés del Banderas.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!