domingo, 17 de octubre de 2010
Películas para después del Prozac #7
En fin, queridos indéfilos, no quedaba otra para culminar este intimidante serial que terminarlo con el film depresivo por excelencia; y ese dudoso privilegio lo ostenta una curiosísima película, a la que podríamos dedicar cien entradas para no entender nada, igual que resumirla perfectamente en seis o siete líneas. Sí, porque SYNECDOCHE, NEW YORK puede definirse como un proyecto megalómano de espíritu minimalista... aunque suene raro, aunque nos irrite su cansina autocomplacencia de la misma forma en que nos fascina su interminable, inabarcable juego de espejos. Pero el personalísimo debut en la dirección del guionista habitual de los proyectos de Spike Jonze o Michel Gondry (¿de quién eran realmente esos proyectos?), es también el más inmisericorde retrato, visto en una pantalla, de una personalidad ultradepresiva e hipocondríaca hasta la náusea. Por un lado está el imposible proyecto de Caden Cotard (tremebunda recreación de Philip Seymour Hoffman), atrapado en una vida que lo zarandea como el pelele que es, por recrear en una escena primero su propia vida, pero el desafío de Cotard/Kaufman comienza cuando es consciente de que es no se puede imitar a la realidad, lo que irá aumentando la supuesta obra con nuevos integrantes, los mismos que van apareciendo en la vida de Cotard, que, aparte de su intratable hipocondría, es abandonado por su mujer (Catherine Keener), mientras se debate entre una serie de amantes a cual más diferente. Y, sin embargo, la oratoria formal propuesta por Kaufman no es más que la superficie más externa de este profundo relato que es casi una radiografía sobre un estado de ánimo, quizá la infelicidad crónica. El caos en la vida de Cotard crece y la "obra", cuya realización alcanzará más de dos décadas, se irá convirtiendo en un monstruo de infinitas cabezas donde ya no bastará con los personajes iniciales, sino que habrá sustitutos/reflejos de los mismos, y sustitutos de los sustitutos, etc...
SYNECDOCHE, NEW YORK es tan ingeniosa en su concepto como banal en muchas de sus soluciones, y Kaufman no demuestra poder superar su faceta como guionista con la de director, lo que da como resultado de gran irregularidad, que comienza como una especie de comedia sofisticada y progresivamente se va oscureciendo, hasta alcanzar, en su tramo final, una oscuridad insondable y sin posibilidad de redención. Un final tan triste como bello, y que eleva sensiblemente la calidad general de un film irregular y fascinante, al que difícilmente podríamos buscar un igual, tal y como Caden Cotard comprueba de primera mano que nada es sustituible en la vida real sin destruir por completo su verdadera esencia. Nada.
Saludos con pastillita.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
No la he visto. Kaufman a veces me gusta, otras no. Reconozco su talento e ingenio, pero a veces lo veo tan calculado, carente de "emoción" (excepto en la de Olvídate de mí, que ahí me emocionó muchísimo). Ojo! Son siempre apreciaciones "personales". Otros podrán emocionarse con la de Malkovich o la de Adaptación.. A mí no me llegaron. Y esta no la he visto. Al contrario que la de Lynch, me la apunto.
Un saludito.
Buenas, gran escrito sobre esta película a la que dediqué una entusiasta reseña pese a sus imperfecciones. Y es que mas allá de retratar las miserias del protagonista, uno acaba contagiado por la megalomanía narrativa de Kaufman y las decenas de referencias y guiños que la siembran. Como comentas, se podrían escribir páginas enteras o explicarlo en poquitas líneas.
Saludos!
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