miércoles, 1 de octubre de 2008

Espinoso jardín de infancia

Cuando hablamos de películas que cambian por completo la historia del cine, nos vienen a la cabeza algunas que nos parecen incontestables, donde los grandes maestros ejercen su poder y desarman al espectador ante ese torrente de imágenes poderosas, magras de argumento y desarrollo. Luego están las pequeñas revoluciones, como cuando Truffaut decidió alejar el cine de toda pomposidad, arreglarlo según las posibilidades de un novelista y enseñarle al espectador a no ser condescendiente, ni consigo mismo ni con la obra que iba a ver. Mucho tendría que ver la condición de "cahier" del propio Truffaut; mucho de ello encierra la significativa dedicatoria con la que comenzaba LES QUATRE CENTS COUPS. El resto es una de las rupturas más significativas en la historia del séptimo arte. Truffaut no sólo logra inaugurar la nouvelle vague (junto a Chabrol, no olvidemos) sino asentar unos parámetros en los que el autor se erige como figura indispensable, frente al ideal establecido en norteamérica del productor/magnate-estudio/factoría. Pero si la película no es buena, entonces lo demás hubiese dado igual.
Hablamos de una obra maestra absoluta del cine. Hablamos de un film hipersensible y nunca jamás sensiblero. Hablamos de un icono de la rebeldía y el inconformismo, Antoine Doinel, que encarna él solo todo el espíritu de esos cahiers, siempre hacia adeante, sufriendo los miedos y frustraciones de los que le rodeaban y querían infectarle de su miseria moral. Yo he sido Doinel, en la misma medida en la que cualquiera pueda identificarse con su odisea personal; y cada vez que veo LES QUATRE CENTS COUPS me rodea el raquítico aroma de los pupitres y las gomas de borrar y siento el mismo temor e incomprensión ante la injustificada crueldad del profesor que es incapaz de sentir nada dentro de su embrutecimiento de funcionario. Doinel sólo quiere escapar, ver el mar; por eso nos recorre un escalofrío cuando Truffaut se la juega en esa última instantánea sobrenatural, en la que la cámara busca desesperadamente (¿o es a la inversa?) la mirada ávida de sensaciones del niño que ha pasado bruscamente a ser hombre, aunque haya tenido que dejarse la infancia por el camino. Y también a mí me decían que copiaba, cuando en realidad lo único que hacía era la redacción por mi cuenta; el resto, que no se salía del camino marcado, era el que estaba bien mirado... Aún tengo muchas cuentas pendientes con la educación.
Cuatrocientos saludos, si hiciesen falta...

2 comentarios:

ethan dijo...

Siempre me acuerdo de esa escena final con Doinel /Truffaut corriendo hacia adelante, hasta que el mar le detiene...
Ahora, al mirar hacia atrás y ver la carrera del cineasta, parece que la secuencia tiene otro significado: Truffaut(como bien dices)rompe con el cine tradicional y sigue hacia adelante; hasta que se topa con la barrera del cine comercial (¿el mar?). El propio director cayó en la trampa y parte de su cine (casi todo excelente), finalmente, adoleció de mucho de lo que el mismo criticaba.

dvd dijo...

De acuerdo contigo; Truffaut no tiene un lugar en mi corazón y es por su propia culpa. Pero esta película...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!