miércoles, 11 de julio de 2018

Desierto blanco



Yo siempre suelo remitir a Werner Herzog cuando alguien me pregunta, no sin su poquito de mala baba, que le recomiende cine extraño, cine arriesgado e inclasificable. El cine del alemán, con una carrera ya de casi cincuenta años, sigue siendo insobornable y muy personal, pero no sólo en los aciertos, también en los errores. Y yo se lo perdono casi todo a Herzog, pero es difícil empatizar ni un tanto con un film como SALT AND FIRE, tan hosco en la forma como finalmente incomprensible en el fondo. La historia es extrañísima, y narra la estrambótica deriva de unos científicos que son secuestrados en Bolivia y retenidos para... No, no sé para qué, por muchas explicaciones que dé el guion. Porque Herzog mezcla muchas cosas para terminar contando una chorrada; habla de ciencia, de tecnología, ecología, geopolítica, arte, terrorismo, valores humanos y cómo éstos quedan sujetos a la ambición personal ¿Lo que yo vi? Un puñado de estupendos actores al borde del ridículo, con un fondo de música machacona y un metraje que no parece acabarse nunca, como el desierto de sal en el que transcurre la, insisto, incomprnsible parte final de este decepcionante film, cuyo culmen consiste en una botella de champán en una silla de ruedas... ¿?... Y eso no lo salva ni Michael Shannon, que de vez en cuando debería hablar con su agente...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!