miércoles, 30 de octubre de 2013

Un niño con zapatos nuevos



Este mismo año se cumplen cuarenta de la publicación de Berlin, el disco maldito de Lou Reed; un descenso a la miseria más sincera, la misma que le acarreó un desastre de ventas y críticas tan demoledor, que de no tratarse de un verdadero poeta (y se necesita comprender estas palabras en toda su profundidad), no se habría repuesto con toda probabilidad. Hace unos días, Lou Reed ha muerto, y muere con él un pedazo desprendido de ese gran iceberg llamado R'n'R. Para siempre. Berlin ha ido convirtiéndose, con el tiempo, en una obra maestra única y casi seminal, un libro de texto recurrente para los que, hartos de carisma y faltos de talento, buscan el Grial de la creación a partir de la nada. Pero no siempre fue así, y Reed tuvo que abandonar su propia paternidad, embarcarse en unas muy distintas aventuras o replegarse sobre un hieratismo que, sin ser impostado, le convenía a la hora de evitarse explicaciones innecesarias.
Hace unos siete años, Lou Reed decidió que ya era hora de echarle un par de cojones (y algún escupitajo) a la horda de miopes emocionales que sólo veían en aquel disco genial una miserable venganza despechada, porque lo cierto es que hay más, mucho más, en esta sinfonía de alcohol, putas, heroína y niños abandonados. Reed contactó con Julian Schnabel para que filmara el que, a la postre, ha terminado siendo el único concierto conformado íntegramente con el repertorio de Berlin... Pero ¿a quién le importa?... ¿A quién le importa ese aire falsamente arty y conscientemente cool? ¿A quién le importa la calculada profesionalidad de unos músicos que no van a meter la pata ni con su sobriedad? ¿A quién le importa que allí esté, como hace cuarenta años, Steve Hunter?... ¿y qué pinta Antony Hegarty allí sentado todo el tiempo?... ¿y ese coro de niñas asustadas bajo la mirada de piedra de quien ha olido menstruaciones al alba?...
No, nada de eso importa un carajo. Sólo importa la sonrisilla que se nos escapa cuando sabemos de nuestra pequeña victoria. La misma única sonrisilla que Lou Reed se permite esbozar mientras habla de cortarse las venas o vomitar sangre...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!