jueves, 1 de marzo de 2012

La tragedia de existir



El Japón de Shohei Imamura no es el Japón de Miike, ni el de Kitano, ni el de Otomo; ni siquiera estoy seguro de que tenga nada que ver con el Japón de Mizoguchi u Ozu. Más bien parece una piel trasplantada de otro lugar, un áspero y rugoso transcurrir por una época que, constantemente, se odia a sí misma. Y tiene más de improbable hijo bastardo entre los movimientos tectónicos que la nouvelle vague tomó prestado del polar más iconoclasta y una especie de neorrealismo pasado de rosca, alucinado. Tokyo, Japón adopta una pose extraña, inhóspita, y las calles representan un infierno nevado por donde transitan hombres y mujeres abigarrados, serios, sin la menor chispa de pasión; el retrato del país eficiente. Y es tan importante este retrato paisajista como el introspectivo, una vez que Imamura decide entrar en las casas y mostrar los miedos, las bajezas, miserias y alegrías de unos personajes ahogados en la inmensidad de la urbe. En AKAI SATSUI (INTENTIONS OF MURDER), y siempre en mi modesta opinión, Shohei Imamura ilumina en apenas dos o tres esbozos una manera de narrar en imágenes que intenta desperezarse del acomodo de los grandes maestros clásicos y confiar mucho más en las propias posibilidades, sean éstas apegadas a una crudeza visual de gran verosimilitud o a los temas que toca, menos grandilocuentes y con especial atención a la neurosis del hombre del siglo XX. Narrada desde diferentes planos, INTENTIONS OF MURDER muestra a una ama de casa de pocas luces, maltratada por su despótico marido y reprochada por su propia familia a causa de su ineptitud para complacer al mismo, que alivia sus penas con su secretaria; su monótona existencia dará un vuelco cuando un ladrón entre en su casa y la viole. Inesperadamente, lo que debería ser un drama se convierte en la única posibilidad de escape para esta mujer, que inicia una tormentosa búsqueda de su idealizado agresor/amante. No es una historia complaciente, y Shohei Imamura no elude ningún detalle, por escabroso que sea; en determinados momentos resulta arduo implicarse en el motivo ético (no digamos ya estético) por el que se ha decidido seguir el camino más complicado, pero quizá sea éste el mayor valor de esta película desoladora, una de las mejores de su autor y título clave para entender qué llegó a significar la modernidad, el deseo de reciclado, en un país que siempre ha estado apegado a sus tradiciones como forma de (auto)entendimiento. Imprescindible en caso de dudas cinéfilas dilatadas.
Saludos intencionados.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!