lunes, 2 de agosto de 2010

Culebrones y culebrines



No, por supuesto que no es ninguna frivolidad que reseñe aquí a Nicholas Ray por segunda vez refiriéndome a su título menos conocido; en este caso, de forma absolutamente justificada. Y es que BORN TO BE BAD muestra algunas de las mejores constantes del posterior cine de Ray (sus angustias, iconos y cambios de intensidad), pero, desgraciadamente, resaltan sus peores excesos (la inconstancia narrativa, los personajes inocuos, algunos y prescindibles callejones sin salida). Pareciera que se conjugaran aquí su ímpetu por innovar en las formas y el inevitable choque con la RKO, que aún se resistía a participar de los tonos rupturistas que los nuevos realizadores iban imponiendo ya entonces en Hollywood.
Se nos cuenta la sibilina incursión de Christabel Caine (una inerte Joan Fontaine) en ciertos círculos de alto poder adquisitivo, gracias al enchufismo más descarado y auspiciada por su (supuesto) encanto personal, su falta de escrúpulos para inmiscuirse y destrozar las parejas ajenas y su victimismo rayano en el esperpento. Christabel pasará así de los brazos de un bohemio escritor (Robert Ryan), también con su debida cuota de mecenazgo, a los del joven potentado de turno (el más que justamente olvidado Zachary Scott) y prometido de su cándida y posteriormente desplazada primita (Joan Leslie en lo mismo). Lo que da como resultado un batiburrillo melodramático sin mucho músculo y sí tirando desmedidamente del efecto/consecuencia menos disimulado. Es decir: un producto apresurado y previsible, que dejó poco espacio de maniobra a un director que, a lo largo de toda su carrera, tuvo que luchar por sus ansias de independencia en el peor de los terrenos posibles. Sin duda es el título menos recomendable de Ray y sólo apto para muy cinéfilos, mitómanos o insomnes y desencantados crónicos...
Saludos malosos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!