Ahora que se nos ha ido David Lynch, es la oportunidad perfecta para poner en su justa medida imbecilidades milimetrizadas como WICKED, tan alejadas de la libertad creativa del genio de Montana como gratuitamente elogiadas por una crítica aparentemente extasiada por los fuegos de artificio. Habría que tener arrestos para adentrarse en el auténtico sentido de la obra de L. Baum, que no era otro que exponer ese "traje nuevo del emperador", cuando el arte no puede evitar ser artificioso, haciendo esa goma siempre controvertida de "lo popular vs. lo elitista". Debe haber un punto medio (Lynch lo encontró varias veces), pero no lo veo por ningún sitio en estas bostezantes casi tres horas de copia/pega de tantas y tantas y tantas otras producciones similares, con una lista recurrente que nos llevaría hasta varios folios de descargo. WICKED es lo que es, un merengue con nubecitas rosas, y también un consejo exultante de cocainómano arrepentido, y es un conejo muy gordo para salir de la chistera, y la constatación de que los actores sólo actúan bien si están bien dirigidos. El señor Chu se ha curtido haciendo clips para Justin Bieber, lo que explica la mayoría de cuestiones surgidas a partir de este émulo indisimulado (y ya es decir por mi parte) de HARRY POTTER, en el que no hay un solo personaje capaz de superar el encasillamiento más burdo y torpón. Curiosa y divertida cuestión, por cuanto la inclusividad es, y cómo no, un lastre repleto de jarrones humanos, o "gente obediente haciendo bulto". Es como escuchar los vomitivos elogios de parte de una prensa deportiva servil y amamantada hacia un futbolista mediocre que milita en un equipo que va de blanco, o yo no sé un carajo de absolutamente nada, que también podría ser.
Aburrida, cursi, repetitiva e hiperventilada. Si esto es volver a sentirte como un niño, mi infancia debió ser otra cosa...
Saludos.
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