Los príncipes azules ya no son lo que eran. A lo mejor siempre fueron esa mezcla indolente de cuna privilegiada, jaula de oro y tontos del culo, que es en lo que te conviertes si no has movido un dedo para tenerlo todo. El gran valor de ANORA no es su visión, sucia, realista y desencantada de grandes movilizaciones hacia la desemancipación como PRETTY WOMAN o LA CENICIENTA, sino la distancia que toma de todos y cada uno de sus personajes, lo que le permite a Sean Baker realizar una gozosa e hipnótica declaración de amor a la screwball comedy clásica, y en sus mejores momentos al también homenaje de Scorsese en AFTER HOURS. Baker compensa su falta de concisión con la honestidad de su mirada, y sus imágenes no son sólo magnéticas, sino que esconden multitud de intenciones. Repleta de personajes que repelen cualquier tentación arquetípica, ANORA es la historia de un batacazo emocional, un aprendizaje vital exprés, pero tanto o más como una mordaz disección de las clases sociales más elevadas, acostumbradas a rodearse de una legión de cortesanos atemorizados, y que no saben que también se les puede llevar la contraria. Su protagonista (una magnífica Mikey Madison) es la chica que, sin saber cómo, cree haber encontrado un billete premiado de lotería; y en el camino que transita hasta los pedazos diseminados de ese premio, no vemos a una aprendiz de princesa que ha tenido su merecido, ni a una valiente heroína que se agarra a su dignidad como único arma. En realidad, todos podemos traducir su inenarrable odisea como lo único que realmente podría pasar en un caso tan improbable como el suyo, y por ello, al final del camino, todos estaremos un poco más a su lado, que es lo que necesitamos al fin y al cabo. Puede ser en un strip-tease, en un abrazo o en una mirada cómplice: las personas sólo son nada menos que personas...
Saludos.
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