sábado, 12 de junio de 2021

El gran espectáculo de la vida


 

Hay películas, pocas, capaces de trascender su propia naturaleza, rebasar su gramática para repensarse en otra cosa indefinible e incierta. No sé qué tenía en la cabeza Jacques Tati cuando decidió rodar PLAYTIME, pero una cosa es segura, no es una película de 1967. Este desbordante fresco del hombre en su hormiguero, rodado con práctica vocación de entomólogo, aumentando el espectro de lo ya apuntado en sus obras anteriores, no es la película que aparenta ser. Ni sublimación del slapstick, ni crítica a los absurdos de los "tiempos modernos", ni tampoco el sarcasmo que de oblicuo no se ve venir. Lo que yo veo en PLAYTIME, lo que he visto cada vez que vuelvo a esta inclasificable maravilla, está magníficamente condensado en su coda final, esa que convierte el despertar de una ciudad en nada menos que un carrusel infantil. No hay una metáfora más desmitificadora que esa, sobre todo por los dos grandes bloques que Tati enlaza con anterioridad. En el primero, la arquitectura ultramoderna de edificios transparentes, se revela como una ineficaz red de jaulas idénticas, deshumanizadas, por donde todo y todos se confunden, sin que sepamos con exactitud qué diantres de propósitos es el que impulsa a esa marabunta teledirigida. A continuación, la mascarada prosigue en un restaurante de lujo, en realidad una chapuza construida a toda prisa, con la intención de rentabilizar al máximo la llegada de unos turistas a los que simplemente les da igual lo que les pongan por delante con tal de que sepan vendérselo. A todos los que defienden ese modelo de industria, les recomiendo que vean esta lúcida disección de miserias e incapacidades, aunque me huelo que, efectivamente, quizá no vean más que una comedia en la que hay mucho ruido, la gente se choca con cosas y las señoritas adoptan su papel servil. Otro apunte: como en el Titanic, la orquesta sigue tocando (de hecho, aumenta los decibelios hasta lo extático), mientras el barco se hunde, en este caso ese local prefabricado, donde las luces se funden, los techos se caen, las puertas se rompen en mil pedazos y las sillas despintan. Aun así, siempre habrá un americano, rico y borracho, que quede fascinado con la cutrez...
Yo suelo recomendársela a todo el mundo, pero son pocos los que me lo han agradecido, no sé si por haberse visto reflejados en algún rincón de sus inabarcables planos secuencia, que por cierto Tati exigió rodar en 70mm, con dos cojones...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!