miércoles, 9 de enero de 2019

O cinema ao lado #5



Despojada de su virtuosidad formal, de sus desgarradas interpretaciones, y de su "trascendencia de la cotidianidad", quizá haya algún miope capaz de quedarse tan sólo con el sagaz tratamiento folletinesco, rayano incluso en el culebrón de trazo grueso, al que Joao Canijo somete las avasalladoras imágenes de SANGUE DO MEU SANGUE, que en 2011 conquistó el Fipresci en San Sebastián y fue una de las obras más aclamadas de aquel certamen. Tomando prestadas las directrices, por ejemplo,  de Edward Yang y su cine coral que aspira a radiografiar el lado más íntimo de sus personajes, seres de carne y hueso, vulnerables pero poseedores de la verdad inmutable de quienes forman ese tejido social que no solemos ver cuando de espectáculo hablamos. Es, quizá, el único pero de esta formidable película, cuyas dos horas y media pasan con la fluidez de sus diálogos, a veces superpuestos, dando paso a otros que aparecen por simple cercanía física, un salto mortal que recoge también trazas del mejor Altman para poner en pie un ínfimo fogonazo en la existencia de una familia de extracción humilde, cuyas vicisitudes adquieren una dimensión universal bajo la lupa de un narrador excepcional como Canijo, que acumula una trayectoria impecable desde hace ya tres décadas. Sí, están esos momentos que parecen sacados directamente de cualquier culebrón venezolano, cuando no recargados de un ornamento al que hay que saber sacarle finamente la intencionalidad, que no es otra que inyectar elementos ajenos, cual alquimista, para alterar este pedazo de vida palpitante, siempre en la arriesgada frontera de lo que huele a falsedad, a impostación, precisamente por el celo de no permitirnos que nos perdamos un solo instante de estas vidas, a las que es imposible no tomar como propias, aunque sólo sea durante ese momento.
Obra maestra.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!