sábado, 8 de diciembre de 2018

De(s)troit



La música es un artefacto maravilloso, de maravillosas e interminables caras, como el cine, como todas las artes. Y es maravilloso indagar en esas caras, descubrir que no siempre sabemos el qué y mucho menos el porqué, o que no tenemos ni idea de cómo hemos llegado a descubrir qué ahora nos gusta lo que nos gusta, si no es buceando hasta el otro extremo, el que queda fijado como detonante, o lo que conocemos como "seminal". Que The Stooges sigue siendo un grupo esquinado para algunos, reverenciado para otros, o directamente desconocido para muchos es ampliamente explicado en GIMME DANGER, quizá no el mejor documental musical de la historia, pero desde luego sí un documental musical que debía ser hecho, y que incluso considero que llega algo tarde. Realizado por Jim Jarmusch en una indisimulada vertiente dual de director y absoluto fanático, lo mejor es su reivindicación constante de la crudeza del cuarteto de Detroit, la misma que descolocó al panorama musical de finales de los sesenta, que no tenía dónde ubicarlos. Ahora sabemos del imparable carisma de Iggy Pop, el martillo pilón de Scott Asheton o la guitarra, luego mil veces imitada, de su hermano Ron, autor de algunos de los riffs más desconcertantes del Rock. The Stooges fueron únicos porque no tocaban, explosionaban, y por ello son considerados como el referente más citado de precursores del punk, cuando este término ni siquiera existía. Jarmusch usa el montaje hábilmente, con frenética energía e intercalando multitud de guiños ajenos, pero que sirven para inmersionarnos en esos pocos años en los que el Rock sufrió una sacudida que aún perdura y de la que no deberíamos perder perspectiva. Porque como dice el propio Iggy Pop "No quiero ser glamouroso, ni pertenecer a la tele, ni a los medios, sólo hacer lo que quiero hacer"...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!