lunes, 24 de diciembre de 2018

Cerdos y margaritas



Sostengo la firme opinión desde hace algún tiempo que Bryan Cranston necesita urgentemente cambiar de agente, o, en caso de que sea él personalmente quien elige las películas en las que va a trabajar, reconsidere seriamente su criterio de elección. Un buen exponente de esto es THE INFILTRATOR, una película correcta, tan correcta que es incapaz de transitar un solo camino que no hayamos visto anteriormente en pantalla. El film de Brad Furman ni siquiera saca tajada del jugoso texto del agente Robert Mazur, infiltrado durante años en los cárteles de la droga más peligrosos, adoptando la identidad de un prestigioso experto en finanzas, capaz de lavar grandes cantidades de dinero con éxito asegurado. En lugar de ello, vemos mucho Scorsese, De Palma, el último Ridley Scott, y cualquier título que les haya venido a la mente en cuanto les he detallado el argumento. Sin embargo hay una particularidad, y es que al señor Furman le han regalado a un intérprete mayúsculo para que lleve él solito la pesada carga de hacer creíble lo increíble y lo trillado. Cranston tiene el sello de los muy grandes, esos actores que casi siempre hacían de ellos mismos en pleno proceso de desdoblamiento, y su composición es milimétrica y repleta de matices; una joya que se ve menoscabada a cada instante por un casting que a mí personalmente, y sin dar nombres, me produjo pavor (esos actores españoles...), pero sobre todo por una construcción narrativa que no se entiende cómo necesita más de dos horas para no dar un solo giro de guion convincente. Ahora bien, y esto es lo mejor ¿es mala esta película? No, e incluso llega a ser recomendable ¿Y saben por qué? Efectivamente, merece la pena tragarse todo lo demás por deleitarse con una lección magistral de este señor. Una vez más, y una vez más en un título que no le hace justicia...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!