lunes, 17 de diciembre de 2018

El regalo del maestro



Se murió Bernardo Bertolucci. Se murió uno de los directores más importantes de los últimos cincuenta años. Y huelga descolgarse con la rotunda filmografía del cineasta italiano, aunque son muchos los títulos que han ido apareciendo por aquí, como no podía ser de otra manera. Pienso que NOVECENTO no es su mejor película, pero sí la que con más acierto podríamos utilizar para representar el espíritu creativo de un hombre de fuertes ideales, pero de carácter siempre en constante búsqueda del equilibrio entre rigor y libertad. De libertad trataba este monumental fresco de cinco horas, que quizá sólo hubiera encontrado acomodo en estos tiempos como una miniserie, aunque quizá también le hubiese sentado bien atenuar por episodios sus excesos, que son muchos. NOVECENTO es la historia de Italia, al menos la que ocupa desde principios del siglo XX hasta la mitad, justo cuando una Italia adormecida se desperezaba de la pesadilla fascista tras el fin de la guerra. A través de la amistad de un señorito y un campesino que nacen el mismo día, Bertolucci traza una semblanza del país sin casi salir de los límites de las novecientas hectáreas de la finca de los Berlinghieri, en lo que termina siendo una de las metáforas más inteligentes y necesarias de aquel tiempo y aquel lugar, sobre todo viniendo de un director que hasta entonces parecía "conformarse" con militar entre modernos y revolucionarios. NOVECENTO es, antes que ninguna otra cosa, deliciosamente excesiva, y rigurosamente libérrima; con Gérard Depardieu y Robert de Niro (sí, un francés y un norteamericano) casi inventando sus roles sobre la marcha. Ellos son los niños que se enseñan inocentemente el miembro cuando su amistad pesa más que su abismal diferencia social; los jóvenes que comparten cama con una señorita sin saber muy bien qué hacer; los adultos que huyen del hogar familiar, aunque uno lo haga para vivir a todo trapo y el otro para evitar que lo maten; y los ancianos que seguirán peleándose a gorrazos por los campos, como niños, mientras el tren de la vida (hermosa metáfora) les pasa por encima. No tiene precio, por ejemplo, ver a dos colosos como Sterling Hayden y Burt Lancaster interpretando a los abuelos de los niños, ya enfrentados en una titánica lucha social; sí, como en un western de Hawks, pero uno con un bastón de marfil y el otro con una guadaña de siega. No tiene precio la lección magistral de fotografía del maestro Storaro, esplendorosa en los interminables planos exteriores y lúgubre en la decadencia de los interiores. O la hermosa e imperecedera partitura de otro maestro, Morricone, dejando perlas a lo Leone, que hay mucho Leone aquí también, por supuesto. Pero me quedo con la imperturbabilidad de la sensación que tuve la primera vez que vi esta maravillosa película, hará unos 25 años, y la experiencia de volver a visitarla. NOVECENTO es el pueblo levantándose contra el opresor a base de tirarle mierda de caballo, pero también es la mirada absorta de una familia hambrienta mientras untan un trozo de polenta por la espina de un arenque seco. Y es la imposibilidad de los ricos para hacer entender a los pobres que ese es su lugar natural, el de ambos, mientras los matones se enfundan en camisas negras y Europa empieza a verse justo encima de un abismo sobre el que es imposible mantenerse en pie.
Murió Bertolucci. Vean a Bertolucci. Esto es la Historia del Séptimo Arte...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!