miércoles, 25 de julio de 2012

El cuarto mandamiento, el séptimo arte y el primer punk



Los Ambersons serían, en último término, como una versión amable de los Fabra o los Botín; gente despreocupada monetariamente y disoluta en lo social, un clan que gusta de la mezclilla de bailes y saraos aunque cele bigotudamente en cuanto divisa alguna zarpa arribista que pretenda nadar en su abundancia. Por eso mantenían a sus damas en un curioso estatus de cristal irrompible; las dejaban que fuesen olisqueadas nada más, para después lazar al incauto y fagocitar sus presupuesto y condición, sabiendo de antemano que la partida la tenía perdida. Los Ambersons seguramente habían cometido crímenes sin mancha declarada, de los que obtenían magros conjuntos terrenales sobre los que explotar, digamos al resto de la raza humana, desde siempre inferior a ellos mismos. Así, sus cuitas consistían en acidular moderadamente el ponche, ensillar con cuero o lino sus babiecas, atildarse según la moda imperante o hacer fe de lontananza sobre sillones de caña en todo lo alto de alguna colina posesión suya. Sin embargo, la vida avanza sin que los Ambersons lo noten, y gira en contra suya, lenta pero obstinadamente; así que un día, el pobre despechado que malgastaba su tiempo en adaptarse a los nuevos tiempos de humo y cacharrería, recogió su poquito de orgullo y aguantó las risas, aguantó las habladurías, aguantó las puertas nasales y hasta, mucho tiempo después, al Pocholo de turno, hecho un mocito insolente y malcriado, que encima le busca la intención a su propia hija ¿Pero esto qué es? Lejos de sublevarse, el incipiente pionero hace un último conato, puede que ingenuamente llevado por sus antiguas corazonadas y, claro, una viudez repentina y compartida. Sin embargo, el destino siempre sabe nuestras cartas, y al que guardó le hizo hallar, mientras que los que pensaron pertenecer a un rango superior se toparon con una blandura desconocida: el progreso. Y lo chungo no fue que todos terminaran o seniles o muertos o arruinados, sino que el destino que muchos vecinos suyos les habían espetado como una maldición, ya no le importaba a nadie. De repente, los Ambersons habían pasado al peor de los infiernos: el anonimato.
Saludos.

2 comentarios:

Möbius el Crononauta dijo...

Una de tantas a revisitar. Ya encontraré el hueco...

dvd dijo...

Maravillosa película, de verdad. La vi hace como cinco años y sabía que debía volver a verla... y ha merecido la pena...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!