sábado, 4 de febrero de 2012
La búsqueda
Desconozco las motivaciones personales por las que Daniel V. Villamediana exterioriza un viaje interior tan acusado como el expuesto en LA VIDA SUBLIME. Y es que, más allá de que termine resultando más o menos interesante, este "documental ficcionado" o "itinerario poético/sentimental" consigue en gran medida la que creo que es su mayor aspiración: atrapar un puñado de instantes trascendentes. Y lo hace cuando se deja de monsergas evocadoras y entra a saco con un templado humor típicamente socarrón, crucialmente castellano. En el derrame temporal que Villamediana utiliza para llevarnos desde Valladolid hasta Cádiz, de Castilla a Andalucía, de lo frugal a lo exuberante, tanto da que el primo del director y protagonista agónico, Víctor J. Vázquez, escudriñe cada esquina en busqueda catártica de un abuelo posible al que apodaban "El Cuco", como que una conversación banal (y un poco idiotizada, supongo que a posta) a orillas del Guadalquivir tome una especie de afrenta como puntal argumental. Esto se hace visible en la inexplicable (yo nunca había visto nada igual) e interminable escena en la que nuestro héroe se come de una sentada 90 sardinas (porque no había boquerones...) y unos cuantos botellines de Cruzcampo ante la mirada atónita del dueño del bar. Víctor tantea toreros, defiende ideales anarquistas ante lo que yo deduzco un señoritingo sevillano venido a menos y además se enseña a sí mismo, como autoinducido, a practicar la bravuconería constante, a paladear esa "vida sublime" que quizá sólo existe en pequeños chisporroteos, la forja de los perdedores. No esperen una obra maestra ni nada por el estilo, esto es un hálito de felicidad para los que estuvimos un poco tarumbas...
Saludos sublimes.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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