sábado, 20 de noviembre de 2010

No a los pestillos



Desconozco la trayectoria vital y artística de Catherine Corsini; ella desconoce los nuestros; ahí queda todo. PARTIR tenía, a priori, todas las cartas para convertirse en un desbocado retrato de pasiones sin medida hacia desenlaces truculentos. Y lo tenía porque comienza con elegancia y, al mismo tiempo, sin evitar la verdadera naturaleza de sus personajes; los actores son el punto fuerte, pero, desgraciadamente, el tono del guión no logra remontar las pretensiones iniciales. PARTIR presenta a una familia de clase alta, no demasiado estirada pero con sus gilipolleces lógicas; el chalé donde habitan necesita reformas, así que el cabeza de familia, médico, contrata a unos albañiles, entre los que se encuentra Iván, que es español y ha tenido un pasado carcelario un tanto borroso (este detalle será sobado hasta la saciedad posteriormente y rebajará considerablemente cualquier dosis de tensión acumulativa). De una manera u otra, la señora de la casa se enrolla con el hirsuto obrero, obteniendo la pasión sexual que su marido se ve incapaz de otorgarle. Vale, si se es hábil se puede sacar mucho partido de esto, pero Corsini, también firmante del guión, se empeña en los cambios radicales de comportamiento, por lo que todo se va al garete con una burguesa acomodada que se larga con un albañil en paro y cuyos problemas comienzan... (adivínenlo) ¡sí, por la falta de dinero!... Madre mía, menuda alma de pollo; a todos nos cuesta llegar a final de mes y nunca hemos vivido en un chalé de lujo, pero seguimos adelante con la vida; en esta película todo parece funcionar al revés, porque primero se renuncia al lujo por el amor, y luego la abyección nos es mostrada en la forma del despechado doctor (al que le doy toda la razón del mundo) y que se niega a sufragarle los polvos a su casquivana esposa. Una lástima, porque Kristin Scott Thomas y Sergi López están, como suele ser habitual en ellos, bastante entonados, pero no logran salvar este incomprensible cúmulo de despropósitos. La escena final es para mear y no echar gota.
Saludos infieles.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!