sábado, 6 de septiembre de 2025

Una leyenda a contrarreloj


En Enero de 1975, Keith Jarrett era un paria, un genio también, pero era el tipo que le había dicho no dos veces a Miles Davis, que renegaba del jazz ¡por encorsetado!, que tenía constantes disputas con productores y músicos, ganándose una reputación de difícil por no decir imposible. Nadie daba un duro por él en América, lo que venía a importarle un carajo; había dado su primer concierto, interpretando a Bach, con 12 años, y era "ese tipo inclasificable del catálogo de ECM". Jarrett se lió la manta a la cabeza y se embarcó en una destructiva gira europea, con la única compañía del productor Manfred Eicher, el único que no tomó al pianista por un loco caprichoso. El estilo de Jarrett, catártico e impetuoso, de concentración absoluta, de lucha con el instrumento, le provocó unos dolores insoportables de espalda, que convertían cada concierto (uno por noche) en una proeza física. Tenía 30 años por entonces. 
En Enero de 1975, la joven Vera Brandes, con apenas 18 años, se las arregló para que Jarrett tocara en la Ópera de Colonia. Engañó, estafó, pidió prestado, e incluso la leyenda dice que llegó a prostituirse para conseguir los diez mil marcos que costa arrendar tan magno lugar. Aquel día se representaba la ópera Lulú, de Berg, por lo que habría que esperar hasta las once de la noche... en pleno Enero alemán. 
La historia es conocida. Brandes llegó a las desoladas oficinas de la Ópera, donde todo el mundo se había marchado de fin de semana, encontrándose un piano Bösendorfer, como había prometido, solo que era uno muy pequeño, para ensayar, con varias teclas desafinadas y un pedal inservible. Cuando Jarrett y Eicher pasaron la mano por encima, miraron inexpresivamente a Brandes y dijeron que aquello no podía tocarse, y menos en un recinto tan grande. Qué podía esperarse de una cría que apenas era mayor de edad. Los dolores de espalda, aquel piano de broma, todo parecía encaminado a lanzar una moneda al aire. Brandes suplicó bajo la lluvia, literalmente, prometió que los afinadores pondrían a punto el piano, y Jarrett, el tipo frío e implacable, le dijo que jamás olvidara que tocaría esa noche sólo por ella. Las entradas se agotaron, y aquel 27 de Enero de 1975 se obró un milagro al que asistieron 1400 personas, y que desde entonces su grabación, para más inri registrada a una velocidad diferente, se convirtió en uno de los discos de ¿jazz? más legendarios de toda la maldita historia. 
Así fue, y así lo cuenta KÖLN 75, no la película del concierto, sino de cómo del caos puede surgir lo sublime. Por cierto, Jarrett abomina de aquel concierto y mucho más del disco, pero ni siquiera eso debería ser óbice ni circunstancia atenuante para no emocionarnos con la belleza de esa obra maestra intemporal... una vez más.
Saludos.

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