jueves, 23 de septiembre de 2021

Cuando llegan los días señalaítos


 

Me enteré de que falleció Mario Camus, y con él se va un cine que, sin haberse ido tampoco, no es posible que vuelva, al menos en la forma en que lo concebía el director santanderino. Su cine era hormigas y cuchillo, furia y abnegación, y lo injusto y lo machacado, y lo mal que le sienta al criminal que le digan que lo es. Imprimía Camus esa pátina de honestidad indisimulada, que a veces le jugaba malas pasadas a unas películas indisolubles de su propia realidad social. Y así podría haber quedado, como ese tocapelotas tan serio y tan digno(¿Cómo debía sentirse Camus en esta sociedad hipócrita?). Pero Mario Camus también tuvo éxito, y ello le distanció de muchos parientes cinematográficos, porque habitar ciertas estancias es jodido de conciliar. Y también hizo muchas películas, y la primera fue LOS FARSANTES, que revelaba a un director sorprendentemente maduro a sus 28 años. Con guion de aquel gran escritor que fue Daniel Sueiro, que adaptaba su propia novela, algo hay ya asomando en 1963 de su obra magna; pero también del Bardem y el Fernán-Gómez que daban cuenta del reverso tenebroso de los cómicos de la legua. Hay en esta impresionante película un halo de hastío y miseria, un acto de camaradería letal, ahogada por un mar de miradas desesperadas, de hambre y de sueño. Los cómicos dan esquinazo tras cada función, ahorrándose los hostales y los bocadillos de sardinas; su declamación, enmohecida por el uso, es ya un fantasma acorralado por los oropeles del cinematógrafo, lo que queda perfectamente retratado en una secuencia antológica, muy de Camus. Llevados por la desesperación, la compañía de Don Pancho llega a una especie de cortijo, donde unos señoritos, estirados, aburridos, salivantes, les dan opípara cena y magro sueldo por una noche de función. No será gratis, pues exigen que una chica (una desarmante Margarita Lozano) les haga un strip tease. Le escena, terrorífica, como una pintura negra de Goya, muestra esa insalvable diferencia de clases, esa tendencia a comprar a la gente de los desalmados que siempre han creído que los demás les pertenecemos, porque este país les pertenece. Jamás he visto tanto patetismo ni he llegado a sentir tanta vergüenza ajena con una escena. La vergüenza, claro, hay que conocerla para tenerla...
Por todo ello, y porque también salía un joven Luis Ciges, maravillosa película.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!