Te pueden arrebatar todo, pero no la dignidad. Es una frase pintona, casi para ponerla en una taza, pero es una frase con tronco, que palpita y sacude. Robert Redford entiende esto a la perfección en THE MILAGRO BEANFIELD WAR, aquella preciosa fábula en un polvoriento rincón de Nuevo Mexico, que invocaba el rigurosa admiración a John Ford o a McKendrick. Todo comienza con un amanecer (cómo no) y una misteriosa silueta con un acordeón saltando alegremente por los campos, el pueblo, Milagro, donde todos duermen. Amarante Córdova (genial, mítico, Carlos Riquelme), el más viejo de todo Milagro, despierta y da las gracias por tener un día más, pero el ángel Coyote ha decidido hacerle una visita, no porque haya llegado su hora, sino porque también se aburre. A lo mejor porque los puñeteros gringos quieren plantar un campo de golf, allí que no llueve nunca, para dar trabajo dicen. Menos a uno, uno muy cabezón, José Mondragón, que con el mosqueo le da un puntapié a la llave que restringe intencionadamente el acceso al agua, y súbitamente, su reseco campo de frijoles, el que siempre cultivó su padre, se ve regado. Mondragón decide cultivar, lo que desata las iras del empresario, dispuesto a detenerlo a toda costa. Esto es vieja escuela, personajes con peso y entidad, una historia divertida y emocionante, y un punto de realismo mágico para volver acerca de las lecciones vitales de LAS UVAS DE LA IRA o LOS SANTOS INOCENTES. Lo cierto es que UN LUGAR LLAMADO MILAGRO no es tan trágica ni tan fatalista, y de repente te ves sonriendo ante ese sentido del humor tan sano y cercano que destilaba Redford, lejos del frío Star System; y con los ojos humedecidos porque... claro que se puede, siempre se puede...
Hermosísima, preciosa película.
Saludos.
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