Con Robert Redford se da otro aldabonazo a un Hollywood que no va a volver jamás. Estrella rutilante, con un carisma imponente, Redford era ese "indiscutible", un tótem intocable, un valor seguro, la garantía en la inversión y el exponente que precedía a estrellas posteriores como Pitt, Cruise, DiCaprio... Pero también era mucho más, era ese tipo comprometido, que instauró una institución como Sundance, que hoy día no es ni la sombra de lo que él pretendió que fuera. Y también un demócrata convencido, mucho más humilde de lo que su posición en la industria pudiese indicar, lo que reflejó en su faceta como director, coherente con sus inquietudes, y que revelaba a un cineasta verdaderamente dotado y que, como veremos en las próximas semanas, no se ciñó a un solo género. Me parece indiscutible que ORDINARY PEOPLE, su ópera prima, es también su cima como el atento observador de las pequeñas miserias y grandezas del americano medio, en una historia alejada del mero entertainment, emparentándose en una disección social y psicológica que proviene directamente de Richard Brooks o Mike Nichols, aunque aquí se invoca de manera indirecta a Bergman, mientras se adelanta el ácido bisturí de Thomas Anderson o Sam Mendes. No es una película perfecta, hay que decirlo, ni lo necesita; es un grito sordo pidiendo ayuda, el que emerge de un prodigioso Timothy Hutton (que ganó el oscar con 20 años), mientras lucha con los demonios de un intento de suicidio, tras ser testigo de la trágica muerte de su hermano. Película contenidamente coral, distribuyendo con inteligencia a cada secundario, Redford maneja el juego de espejos en otras dos magníficas interpretaciones, un contenido Donald Sutherland como el padre conciliador pero incapaz de contradecir a una Mary Tyler Moore gélida, y por momentos terrorífica, esa madre sin amor para dar... porque cada uno sobrelleva el duelo como puede.
La familia Jarrett podría albergarse en cualquier párrafo de la obra maestra de Foster Wallace, no mucho más allá, apenas como una de esas ventanas de madera impoluta en un residencial de lujo, a través de la cual vemos sonrisas perfectas, mientras se tricha el pollo y el árbol de navidad está a punto de desplomarse...
Saludos.