jueves, 4 de julio de 2019

Ubicar la prosa



TESNOTA fue una de las grandes sensaciones del Festival de Cannes en 2017, donde se alzó con el FIPRESCI-Un certain regard y levantó un cierto revuelo entre crítica y público. La ópera prima de Kantemir Balagov, avalada nada menos que por Alexander Sokurov, tenía varios atrevimientos difíciles de asimilar, cuanto menos ensalzar. Por un lado, su claustrofóbico encuadre de 1:1, al que se añade una perpetua obsesión por el primer plano, incluso teniendo varios rostros o cuerpos, lo que da una sensación de apiñamiento no del todo digerible. Luego, la complicada ubicación geográfica de la narración, situada en una remota región del norte de Rusia, lo que sumado a que transcurre en 1998, denota una carga social y política que Balagov no siempre es capaz de dejar clara. Por último, aunque me parece lo menos relevante, la inclusión de un video real que, en un momento dado, varios personajes ven en un vetusto VHS, en el que se muestra una decapitación en pleno conflicto entre Rusia y Chechenia, que algunos de ustedes recordarán en toda su escabrosidad. Personalmente, lo que más termina por interesarme es que de esta indigesta sopa se extrae una verbalidad cinematográfica bruta, lejos de cualquier exquisitez, pero de un gran expresionismo dramático. Así, la extrañísima, cruda y cortante historia del secuestro de unos recién casados, deviene crónica de la xenofobia latente en un país tan extenso que le resulta restañar heridas centenarias, además de exponer, sin cautela alguna, la imposibilidad de su protagonista (Darya Zhovnar, una fuerza de la naturaleza) de encontrar un resquicio de libertad en medio de una cultura marcadamente machista. Es aquí donde cobra sentido su traducción, que viene a ser algo así como DEMASIADO CERCA; porque en un entorno violento, la cercanía puede ser sinónimo de daño, y no de ternura.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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