martes, 25 de diciembre de 2012

El mito de Fausto 7



En clara contraposición a todo lo declarado ayer respecto a la dificultad de trasladar a según que autor literario a la gran pantalla, el ejemplo queda magistralmente reflejado en una película absolutamente maravillosa. Y es que MEPHISTO, que ganó en 1981 uno de los oscars en lengua no inglesa más merecidos que yo recuerde, es un espectacular entramado de referencias, homenajes, aportaciones novedosas y, sobre todo, un dominio del medio narrativo que, para un espectador entregado, queda como una experiencia apabullante. MEPHISTO es muchas, muchísimas cosas condensadas en poco más de dos horas que transcurren, como debe ser, en un suspiro. La novela original, obra (y he aquí el primer impacto) de Klaus Mann, hijo de Thomas y a la sazón dueño de una escueta obra tan fascinante como incomprendida, y de una vida personal dificilísima, que desembocaría en su suicidio con poco más de cuarenta años, desmembraba el mito "faústico" sin tocarlo, puesto que quien aquí vendía su alma era una encarnación humana del mismísimo Mefistófeles. En realidad, la compleja propuesta del libro original, escrito en 1936, era un ataque frontal al régimen nazi; Mephisto (un impresionante Klaus Maria Brandauer, al que cualquier calificativo se le queda corto) era un actorcillo sin mucho gancho que buscaba desesperadamente una salida a su desmedido ego (no es casual la referencia al actor Gustaf Gründgens, quizá el Mefisto más famoso), lográndolo, un poco inconscientemente, al aterrizar en mitad del horror nazi primero como un trepa más, y finalmente como una arrepentida marioneta, utilizada como un instrumento más de delación. Pero impera dejar a un lado la novela y centrarse en el grandísimo trabajo del húngaro István Szabó, al que no asustaba la envergadura del proyecto y que quedó como una referencia ineludible en el tránsito de un cine europeo que buscaba el concilio entre lo espectacular y lo íntimo. MEPHISTO no sólo consigue este difícil equilibrio, sino que sus imágenes parecen irradiar la pureza de, por ejemplo, el expresionismo de Murnau, al tiempo que se vale de una dialéctica brillante, jamás cháchara y una puesta en escena que yo pocas veces he visto sin sentirme abrumado. Nada parece faltar ni sobrar en esta obra maestra, un título ineludible que yo he sentido que forzosamente debía incluir en este monográfico; y es que en pocas ocasiones lo sutil era aún más explícito que lo obvio... Obviamente.
Saludos.


1 comentario:

Möbius el Crononauta dijo...

Tengo ambas en pendientes desde ni se sabe. Cuando lo solucionaré, eso es algo que no sé.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!