miércoles, 19 de diciembre de 2012

El mito de Fausto 1



En El Indéfilo nos hemos propuesto, un año más, terminar el presente curso a lo grande, y el tema escogido para ello es uno que nos parece mucho más de rabiosa actualidad de lo que podría pensarse. Y es que aquel sabio que vendió su alma al diablo, descrito entre otros por Christopher Marlowe o Goethe, no queda tan lejos de lo que ahora mismo tenemos entre manos ¿Que al diablo lo sustituimos por el capitalismo salvaje? Pues más o menos. El caso es que son muchas las adaptaciones que ha conocido este inmortal (nunca mejor dicho) personaje y su terrible circunstancia, aunque empezar, no nos queda otra que empezar por el principio, que es la inconmensurable FAUST, de F. W. Murnau, una película de tal potencia e imaginación que no son pocos los homenajes-tributos que el cine le ha rendido a lo largo de la historia. Rodada en 1926, FAUST comienza con el reto que Dios le lanza a Mefistófeles, que es poner a prueba a un escéptico buscador de La Verdad mediante el conocimiento científico. Murnau estructuró el film de manera circular, mostrando el sometimiento del ser humano al acto divino y su posterior redención mediante el poder inmortal del amor. Para ello contó con la escalofriante interpretación del gran Emil Jannings, un diablo despiadado, juguetón y, lo que es mejor, sin cuernos. Su personaje es el elemento central de esta película de difícil composición, que transita entre la realidad y el sueño y que tiene como motor la futilidad de los efímeros sueños del ser humano. Fausto es un sabio, un hombre que cree haber alcanzado el derecho de adentrarse en el conocimiento absoluto, pero termina de espaldas a la virtud y embaucado por la falsa promesa de la concesión de cuantos placeres se le pongan por delante. Fascinado por la idea de una perpetua juventud junto a su amada, es incapaz de ver el verdadero propósito de Mefistófeles, que no es otro que adueñarse de su alma tras divertirse con lo que, de una manera u otra, no deja de ser un exponente de la estupidez humana. Este "Fausto", además de su poco corriente estructura narrativa (que sólo Alexander Sokurov ha intentado ensayar recientemente), permite comprobar la asombrosa imaginación visual de Murnau, que apoyado en la magistral fotografía de Carl Hoffmann, y con una sutilísima utilización del espacio escénico, sin ningún abuso de los elementos expresionistas, da como resultado un clásico de formas muy poco clásicas. Como ejemplos imperecederos, quedarán en la memoria ese imponente Mefistófeles cubriendo toda una ciudad con su gigantesco manto de destrucción, que no es otro que una plaga de peste; la tenebrosa atmósfera recreada en la catedral o la reclusión de Fausto en un infierno tanto más creíble por cuanto no es más que un paisaje desolado. En resumen, una cima del cine mudo, además de ser, probablemente, la mejor y más deslumbrante adaptación de este mito, al que seguiremos acercándonos en sucesivos días.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
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