
El caso es que Pink Floyd vendió discos a cascoporro con una sórdida historia repleta de ecos autistas y alienantes y luego la adaptación de Alan Parker se convirtió casi sin quererlo en un clásico instantáneo... y todo eso en el período en el que los punks tardaron en ponerse hombreras... Lo cierto es que THE WALL es un sinsentido enormemente imaginativo (si es que eso es posible), un videoclip de hora y media con momentos muy logrados (el desfile de los martillos es imponente y las animaciones lo mejor de su irregular metraje) y otros menos inspirados (los megalómanos últimos momentos de Geldof, convertido en un nazi sin cejas ¿?), lo que ha contribuido indudablemente a que 27 años después algo tan freak y tan inusual se haya convertido en uno de esos títulos que hasta algunos abuelos recuerdan. Y es que así fue Pink Floyd, algo que ahora es imposible: un grupo de minorías consumido por mayorías.
Tengo pendiente hablar del disco en el otro blog, porque me encanta y además fue el primero que compré con mi primer sueldo... por si fuera poco, jolines...
Saludos de cara a la pared.