De la inmortal novela de Gustave Flaubert se han hecho algunas adaptaciones a la pantalla. El maestro Renoir dejó su inigualable impronta en 1933 con una visión nada complaciente de esta dama libertina y trepa, adelantada a su tiempo, que levantaba polvaredas de escándalo allá por donde se movía en la muy "respetable" sociedad francesa de provincias del siglo diecinueve. Por su parte, el gran Vincente Minnelli la llevó de la mano al glamour propio del Hollywood dorado, con una Jennifer Jones a la que no acabo de ver metida en el papel. Cosas mías. Sin embargo, y totalmente contracorriente, me quedo con la impetuosa adaptación de principios de los noventa de Claude Chabrol. Pues ¿qué son Chabrol y Flaubert sino dos almas gemelas, dos artistas poseedores del don de la lupa, manejando ésta a su antojo? Isabelle Huppert es, hasta ahora, la perfecta Emma Bovary, frágil en apariencia, maquinadora en apariencia, casquivana en apariencia, víctima en apariencia... A Chabrol siempre le han ido como anillo al dedo las apariencias, el no dar por sentado nada por el siempre agradecido método de mostrar todos los ángulos posibles; en teoría, la Madame Bovary de Chabrol debe ser la más fiel al complicado universo ideado por Flaubert, quizá utilizado como venganza personal de un autor que nunca fue suficientemente valorado en su tiempo.
Además, me gustaría resaltar el excelente trabajo de ambientación y vestuario, magníficamente engarzados ambos y al servicio de unos actores que no chirrían, ni siquiera en esas escenas grandguingolesques que tanto gustan a Chabrol y que en manos de otros suenan a cachondeo o, peor, a pedantería.
Buen momento, por tanto, para rescatar una obra (una más) del extensísimo repertorio de uno de los cineastas más reivindicables de nuestro tiempo; lo será cuando se haya muerto, claro, como Flaubert. Estos cantares nos suenan y nos hacen sudar de indignación; pero, créanme, no dejen pasar la oportunidad de ver a la Huppert en corpiño y con esa media sonrisa suya tan mercenaria mientras maneja los hilos a su antojo.
Saludos de época.
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