Bueno, pues de vuelta presento este nuevo monográfico que tiene poco de monográfico. Miren el título. No, no tiemblo con películas de terror, quizá con alguna, pero son otros motivos los que logran inquietarme de manera plausible ¿O no les da más miedo enfrentarse al tocho existencialista El ser y la nada que a cualquier cuento de S. King? Pues a eso voy, y durante esta semana me pienso estrujar la sesera para exponer los motivos por los que films aparentemente inocuos (no todos, claro) me hicieron, literalmente, temblar. Y qué mejor título para empezar que uno de esos "caramelos envenenados", mordaces, poliédricos y dotados de un humor con bastante mala uva.
El director Gary Ross debutó hará poco más de diez años con un título extrañísimo, inclasificable, y que, sin embargo, aparentemente, semeja no ser más que otro titulito comercial de la New Line con el que hacer una aceptable caja y, de paso, sacar una parejita mona y joven para la próxima década. Pues nada de eso, porque PLEASANTVILLE es un cuento de terror metafísico que exige del espectador una gran atención para no perderse entre sus infinitos niveles narrativos. PLEASANTVILLE es una aparente gilipollez, porque su premisa es la historia de un par de jovenzuelos que se introducen por la cara nada menos que en una serie de televisión estilo Peyton Place, para entendernos; de repente, están en una de aquellas aparentemente idílicas ciudades de los cincuenta, donde los chicos invitan a las chicas a tomar un helado y se asiste a misa de Domingo puntualmente ¿me siguen? Aquello es su mundo, su nueva vida... y además en blanco y negro; pero no sólo un blanco y negro visual, sino un blanco y negro vital, donde no existen los matices porque todo es una eterna repetición de una serie de valores establecidos por un único patrón de corrección robótica. El asunto es engañoso por su almibarado envoltorio, pero si podemos ver un poquito más allá los plácidos habitantes de PLEASANTVILLE son como autómatas o zombis, incapaces de tomar una decisión por sí mismos, lo que queda de manifiesto inteligentemente al "colorear" a aquellos personajes que han tenido emociones auténticas al haber entrado en contacto con los dos recién llegados; es donde entran las relaciones sexuales, el deseo o el odio y la furia, sentimientos que no existían en esta ciudad de cartón piedra. Personalmente, este extravagante cóctel me dejó un mal cuerpo bastante difícil de explicar, pues no está acostumbrado uno a que los yanquis se compliquen tanto la vida ni a que coloquen espejos en la antesala de la autocrítica. Lo cierto es que ha pasado el tiempo y PLEASANTVILLE sigue teniendo la vigencia de las obras arriesgadas, cosa no menos curiosa si tenemos en cuenta la escueta y errática carrera posterior de su director.
Saludos sin colorines.
4 comentarios:
Estoy de acuerdo con lo que dices, lo de difrazar al león con piel de oveja, vas a ver una comedia inofensiva de dos niños atrapados en una serie blandengue y acabas viendo una crítica feroz a la sociedad americana. Solo tengo un pero: el final, no me gustó una pizca, como si el guionista no supiera salir del embrollo en el que se había metido y tirara por el lado fácil.
A mí me da la impresión, a juzgar por lo que hizo luego, de que no era tan consciente de tener entre manos un argumento tan aterrador y tan sarcástico, de ahí (puede ser) ese final "made in Hollywood" tan complaciente.
Uy pues a esta película le tengo mucho cariño, porque fui a verla al cine y me cautivo, salí encantado. Tienes razón en lo que dices, es una chorrada, pero te hace pensar con el juego del blanco y negro y el color. Se sirve de la técnica para explicar una idea, cosas que pocas películas hacen.
Saludos.
Esta película la vi hace años y me está encantando redescubrirla, te sigo (L)
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