miércoles, 15 de julio de 2020

Black lives matter



DETROIT es la última película de Kathryn Bigelow, y curiosamente ha pasado mucho más desapercibida de lo que cabría esperar, sobre todo por la actualidad que ha cobrado el tema de la desigualdad racial en los últimos tiempos. Sin embargo, su agotador visionado justifica muchas de las críticas cosechadas, básicamente por el regodeo, a veces gratuito, en el polémico suceso acaecido en el motel Algiers en julio del 67, en el que la brutalidad policial se llevó la vida de un joven sin motivo aparente. El film abre con brío, registrando la progresiva transformación de un suburbio negro en un campo de batalla, por algo tan nimio como la detención de unos jóvenes que celebraban en un bar clandestino. La cámara de Bigelow transita de la urgencia documental al escrutinio minucioso en espacios íntimos, pero el desfase entre ambas miradas se nota demasiado, y deja tambaleándose una historia tan potente como descompensada, incluso mucho más que desmesurada. Sí, las interpretaciones son convincentes, y la forma de contarlo es valiente, sin la habitual demagogia de, por ejemplo, Spike Lee; pero hay algo que no termina de encajar en sus dos horas y media, una especie de cojera arrítmica, lo que le resta el empaque que la historia necesita para encontrar su propia voz.
En ningún modo es una mala película, pero podría haber dado muchísimo más de sí.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!