sábado, 14 de diciembre de 2019

Sabor y semántica



Hay un problema de fondo en una película tan descompensada como THE KING, la penúltima propuesta de Netflix para intentar convencernos de que son unos tíos seriotes. Y qué mejor forma de hacerlo que con Shakespeare, pregunto. El problema, el problema de fondo, es que es muy difícil adaptar bien a Shakespeare; o se cae en la anestesia, o en la ingenuidad didáctica o en la pomposidad innecesaria. David Michôd es un realizador interesante, mucho, desde que lo descubrimos con su imponente ópera prima, pero su guion, escrito a medias con Joel Edgerton, no es un guion, sino un corolario de sensaciones. Y me da la impresión de asistir a un refrito de CAMPANADAS A MEDIANOCHE, el ENRIQUE V de Branagh (nunca el de Olivier) y unas gotas de BRAVEHEART en lo de las batallas. Demasiado refrito para dotar de entidad a una representación que se pretende rompedora y renovadora, pero que peca de la urgencia televisiva (dos horas y media), aunque a su favor habla un heterodoxo ramillete de interpretaciones, unas más interesantes que otras. Edgerton comienza su Falstaff deliberadamente wellesiano, pero acaba engullido por una solemnidad que no le pertenece; Timothée Chalamet hace lo que puede por "jovializar" (sea esto lo que sea) a un Enrique en exceso apesadumbrado; lo de Pattinson no sé cómo tomarlo, porque roza la genialidad y el ridículo a partes iguales, pero demuestra que es un muy buen actor. Por contra, dos actores con pocos minutos lo bordan, como es el caso de Ben Mendelsohn al principio y, sobre todo, un finísimo Sean Harris al final, uno de esos actores por los que merece la pena esperar dos horas y pico de... en fin, lo que sea...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!