martes, 21 de febrero de 2017

Gracias por nada



Se dice muy acertadamente que no hay nadie más peligroso que un necio, ya que su necedad le impide ser consciente del perjuicio que es capaz de proporcionar, no ya a otros, sino incluso a sí mismo. El pavoroso relato incluido en el corazón de EL CIUDADANO ILUSTRE (Goya a la mejor película hispanoamericana) no está oculto en absoluto, pero necesita de la colaboración del espectador, con el saludable peligro de llegar a verse reflejado en algún momento, lo que claramente consigue su objetivo, que no es otro que el rechazo. El diabólico guion firmado por Andrés Duprat se limita a no descarrilar, pacientemente, con la seguridad que le da su antológica secuencia inicial, de lo más subversivo que se ha podido ver este curso. La "historia" sigue a un reciente premio Nobel de literatura que, un poco hastiado de las alturas, decide aceptar la invitación que le propone el humilde pueblo argentino en el que nació, y del que no tardó en irse para no volver nunca más. Lo que Duprat propone es la progresiva inversión en pesadilla de la estancia en un lugar al que no pertenece, que ni siquiera sabe calibrar una escala de magnitud sin desbordarse por todos lados, ya sea por exceso o defecto. Esta pesadilla es menos exagerada que en otras ocasiones, lo que nos permite empatizar con los eventos absurdos, las peticiones de caridad, los agasajos de todo a cien e incluso los ofrecimientos sexuales; sobre todo porque, leyendo entre líneas, encontramos un duro y lúcido azote a esta época de verdadera prostitución de la cultura, con los políticos como chulos y los incapaces como meras mantenidas. Ya saben, por tanto, a quién le toca poner el culo...
Véanla, es corrosiva como ácido de batería, y nada complaciente.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!