miércoles, 22 de mayo de 2013

De la envidia y la inconsciencia



Posiblemente no haya dos directores de cine que, usando los mismos materiales de manera casi obsesiva, estén tan alejados entre sí (final y éticamente) como Claude Chabrol y Michael Haneke. Y puede que esto se haga aún más evidente si confrontamos dos títulos curiosamente muy cercanos en el tiempo. Me refiero a FUNNY GAMES, del alemán, y LA CÉRÉMONIE, del francés. Por acortar en el mensaje esencial, Chabrol explicitaría lo que en Haneke es un misterio absolutamente premeditado; esto es: toda suerte de detalles que nos van a conformar el porqué de una actuación tan inexplicable y reprobable como la llevada a cabo por dos mujeres diferentes entre sí pero que comparten un mismo odio por "ese otro mundo" (llámese burgués, acomodado, snob...) que les es tan ajeno como francamente atrayente. Efectivamente, lo que une a los personajes (los albos asesinos en el caso de Haneke) es lo mismo que implementa dos mecanismos fílmicos que (aparentemente) funcionan en estratos distintos. Chabrol, minucioso, sagaz, despiadado, nos deja en manos de dos actrices que se encuentran como pez en el agua en esas líneas transfronterizas que igual amoldan un patetismo de poca ternura como un horror primario e infantil por lo salvaje y cruel. Sandrine Bonnaire, en quien recae el peso de casi todo el film mientras éste se despereza con paciencia, es una mujer metódica y reservada que trabaja como ama de llaves (imposible no acordarse del Dirk Bogarde de EL SIRVIENTE), tras ser despedida en extraña(da)s circunstancias, para una acomodada familia en una de esas "chabrolianas" ciudades de provincias. Sin apenas contacto con el mundo exterior, conocerá a una mujer entrometida y amoral hasta límites insospechados que trabaja en la oficina de correos, donde hurga sistemáticamente en la correspondencia ajena. Ésta, tras descubrir las limitaciones educativas de la primera (es prácticamente analfabeta), la usará como una especie de ariete incontrolable para introducirse en la casa de los Lelièvre con unos fines que se revelarán en la tremebunda parte final del film. Es decir, que la omisión de cualquier detalle biográfico que a Haneke le permite abordar la violencia por la violencia, despojándola de cualquier sentido o explicación moral y convirtiendo a la pareja de torturadores en elementos cuasiabstractos, en manos de Chabrol es precisamente lo que más importa y lo que no permite, en última instancia, que cedamos al morboso deseo de juzgar (aunque más de uno en su fuero interno así lo haya hecho) a quienes el director francés siempre ha juzgado y con no poca dureza, aunque sea porque esta vez son las víctimas.
Saludos sin protocolo.


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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!